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Aquí no vuelvas

Aquí no vuelvas

Pedro Pablo Yermenos Forastieri

“Si te casas con ese negro y te va mal, aquí no regreses”. Fue la advertencia lapidaria de los aristócratas padres a la hija perdidamente enamorada del poderoso general. Como suele suceder, la oposición radical sirvió para convertir en obsesión un capricho juvenil.

Las cosas fueron escapándoseles cada vez más de las manos a unos progenitores que se llenaban de angustia ante la actitud desafiante de una mujer que agotaba esa etapa de la vida en que el cerebro participa poco en las decisiones que se toman. Estaban conscientes de que la chica transitaba, sin perspectiva de reversa, el camino opuesto al sueño que se habían forjado sobre el destino idílico que concibieron para ella. Lo que ocurría ante sus ojos era una pesadilla.

Aquella tarde en que llovía a cántaros se lo dijo sin una pizca de compasión, aun sabiendo todo lo que implicaba: “Me voy de la casa y asumo las consecuencias de lo que me pueda pasar”.

La oposición radical sirvió para convertir en obsesión un capricho juvenil.

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Unos veinte días después, por gestión de un compadre con quien habían compartido su desgracia, supieron que su niña mimada se instaló en un pueblo de la región en calidad de esposa del temido militar.

No transcurrió mucho tiempo sin que el pánico empezara a apoderarse de la recién convertida en señora, al constatar los súbitos cambios que se producían en la conducta del patriarca. Lo peor era que ese sentimiento coincidía con la noticia de que estaba embarazada por segunda vez y debía enfrentar sola los percances derivados de su gestación. El caballero pocas veces estaba presente y una especie de depresión aniquilaba su ánimo.

El parto vino a profundizar sus males y aquella sentencia irrevocable martillaba su alma en el preciso momento en que tanto bien le haría tener a su lado la insustituible compañía de una mamá. Pero su rebeldía juvenil devino en un orgullo que la condujo a jurase a sí misma que primero muerta antes que retornar a su hogar.

Esa pareja infuncional se convirtió en la primera en el pueblo en finalizar por la figura del divorcio y son inenarrables las cosas que ella se vio compelida a hacer para sostener a sus pequeño vástagos. Del otro lado de la historia, sus padres, aferrados al absurdo de aplicar una admonición, sin reparar en los prejuicios que se escudaban en ella, ni en los beneficios que podrían obtener de descubrir la dicha de ser abuelos.