PABLO PARDO
elmundo.es
A los pueblos de Trout River y Rocky Harbour (literalmente Río de la Trucha y Puerto Rocoso), en la isla de Terranova, en Canadá, les ha caído el “Gordo de la Madre Naturaleza”, bajo la forma de dos ballenas azules muertas.
Solo la de Trout River mide 23 metros y 31 centímetros de longitud -un ejemplar «bastante grande», incluso para los parámetros de esa especie en el Atlántico Norte, según explica el biólogo Trevor Branch, de la Universidad del Estado de Washington, lo que implica entre 100 y 130 toneladas de carne, el equivalente de 20 ó 30 elefantes africanos, pudriéndose al sol.
Todo esto por no hablar de la posibilidad de que los cadáveres, inflados por los gases que se producen en el proceso de descomposición, exploten y rieguen de carne putrefacta y vísceras a los 688 habitantes de Trout River y a los 979 de Rocky Harbour.
Esta semana las autoridades han enviado equipos para remolcar a los cetáceos y llevar sus esqueletos al Real Museo de la provincia de Ontario.
Limpiar la carne y dejar solo los huesos lleva una semana de trabajo a un equipo integrado por seis personas.
Las dos ballenas murieron aplastadas por bloques de hielo que las corrientes marinas introdujeron en la desembocadura del río San Lorenzo, donde cada primavera y verano se concentran entre 25 y 110 animales de esta especie. El fenómeno no es inusual, pero sí el número de muertes: este año han sido nueve las ballenas o rorcuales azules que han muerto por esa causa.
Es una pequeña catástrofe ecológica causada por la propia naturaleza, porque esos animales formaban parte de una población de apenas 250 ballenas.
Entre Islandia y Azores hay alrededor de 1.000 rorcuales azules. Eso es todo lo que queda del mayor animal que jamás ha existido en los más de 50 millones de kilómetros cuadrados (unas 100 veces la Península Ibérica) que forman el Atlántico Norte.
Víctimas del hombre
En el Atlántico Norte es, precisamente, donde empezó la explotación comercial de las ballenas azules, a finales del siglo XIX, en Islandia y Noruega. Y también donde terminó en 1977, y los responsables fueron los balleneros de la empresa gallega Industrias Massó, según los datos de la Comisión Ballenera Internacional, a pesar de que la especie estaba protegida desde 1966.
En los años 60 y 70, la Unión Soviética cazó también ilegalmente miles de ballenas azules de la subespecie pigmea, de 24 metros máximos de longitud, que vive en aguas cálidas y tropicales del Índico y del Pacífico. Pese a casi cuatro décadas de protección, no está claro que muchas poblaciones de ballenas azules estén creciendo.