El «baño forestal» o «shinrin yoku» es una práctica japonesa que está ganando cada vez más adeptos en otros países y que consiste en pasear por el bosque, pero de una forma meditativa y muy especial.
«Se trata de tomarse el tiempo para notar lo que vemos, respirar profundamente, sentir el contacto con el aire, las texturas de las hojas, escuchar el viento entre los árboles, oír los pájaros», explica Amos Clifford, fundador de la Asociación de Terapias de la Naturaleza y el Bosque (Association of Nature and Forest Therapy), con sede en California, que promueve la práctica japonesa en Estados Unidos.
Según estudios realizados por científicos japoneses, el impacto de los baños forestales en la salud es claro: bajan la presión arterial, fortalecen el sistema inmunológico, reducen las hormonas relacionadas al estrés y la incidencia de infartos.
Se estima que al menos dos millones y medio de japoneses participan cada año en sesiones de terapia de bosque, en las que son conducidos por guías o terapeutas forestales.
«A veces la gente habituada a caminar en la naturaleza me pregunta, ¿para qué necesitamos un guía? Mi experiencia es muy clara. La razón es que requerimos estos guías para que nos ayuden a bajar las revoluciones, a calmarnos», señala Clifford.
Los paseos organizados por Clifford suelen durar cerca de dos horas.
En una caminata de baño forestal el guía puede invitarnos a notar una flor o el aroma de un cedro. También a detenernos para tomar un té o recostarnos en un tronco, cerrar los ojos y respirar profundo escuchando al bosque, o tocar la textura de la tierra y los troncos.
Y antes y después del paseo meditativo los guías usan monitores para medir la presión arterial, de forma que los caminantes puedan constatar el impacto positivo en su salud del baño forestal. El poder restaurador del contacto con la naturaleza ha sido experimentado e intuido por siglos.
Pero es en Japón donde se han realizado más estudios sobre los beneficios concretos del baño forestal.
Uno de los pioneros en este trabajo ha sido Yoshifumi Miyazaki, antropólogo y vicedirector del Centro de Medio Ambiente, Salud y Estudios de Campo de Chiba University, en las afueras de Tokio.
Impacto inmunológico
Miyazaki ha realizado desde 2004 estudios con más de 600 personas en los bosques.
Sus trabajos, junto a su colega Juyoung Lee, también de Chiba University, demostraron que, en comparación con caminatas urbanas, los baños forestales lograron bajar en un 12,4% los niveles de la hormona del estrés cortisol y en un 1,4% en promedio la presión arterial. La incidencia de infartos también se redujo en un 5,8%.
El contacto con la naturaleza disminuye además la actividad del córtex prefrontal, responsable de funciones cognitivas como planificar, y aumenta la actividad en otras áreas del cerebro vinculadas con la empatía y las emociones.
«Por eso la comida sabe mejor en el campo», señaló Miyazaki a Florence Williams.
Los baños forestales también aumentan el nivel de las llamadas células NK, sigla de natural killers o asesinas naturales, un tipo de glóbulo blanco que permite combatir enfermedades.
Qing Li, de la Escuela de Medicina Nippon, en Tokio, señala que compuestos volátiles en árboles como cedros son los que generan ese impacto beneficioso en el sistema inmunológico.
Certificados
El entusiasmo por los baños forestales sigue creciendo. En Estados Unidos, diferentes organizaciones ofrecen cursos para obtener un certificado de «guía de terapia de bosque».
Y si no es posible ir a un bosque, visitar un parque en una ciudad y hacerlo con todos los sentidos, también es beneficioso.