Las redes sociales están llevando a la fantasía humana a vivir una edad de oro, aprovechando los avances del fotoshop, Se trata de un todos contra todos, a ver quien está mejor capacitado para engañar a través del recurso. De este modo, mientras unos envían a su destinatario fotos mejoradas de sí mismos, rodeados de un glamour que no tienen, la respuesta viene en la mima tesitura donde la verdad o la objetividad es la primera víctima de la tecnología.
La mayoría de las relaciones por la red son de índole amatoria, léase, noviazgos virtuales, donde todas las parejas viven un estado de ilusión. Las fotos que ella le envía son inmejorables, verdaderos cromos que lo derriten. Y cuando él contraataca con un encanto sin igual, de una vez se retoca la nariz o se reduce la barriga, incrementa el nivel de su empleo real colocando uno que otro símbolo de estatus sobre su escritorio, como un tablet, y listo… el amor en los tiempos del Facebook.
Quizás sea mejor así, al haber sido creada esta especie de válvula de escape de la dura vida real. Las cosas en el tren social son terribles para muchos, sedientos de amistad o de al menos una sonrisa, de modo que a través de las redes sociales, se pueden llegar a sacar el premio gordo si la persona en su chateo diario le habla de amor y esas cosas.
Parte de la aventura es profundizar en la relación sin que nuestra pareja real se entere, ya que el sabor inigualable que produce una relación clandestina no tiene precio. De modo que a cada instante uno deja de hacer lo que está haciendo para ponchar la tecla mágica, yéndose de la oficina a la tierra de nunca jamás de Peter Pan o de Alicia en el país de las Maravillas.
Juan Carlos García
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