Milky way o “Camino de leche” (Vía Láctea), así bautizaron los romanos a nuestra galaxia, donde el nombre “Galaxia” significa exactamente lo mismo: “Camino de leche” en idioma griego. El imperio español la llamaría “Camino de Santiago”, en alusión a las “lácteas luces” que ese santo esparcía en su ruta de predicación. En tanto que los chinos la llaman “El camino de la seda”, dado el terso “brillo lechoso” de esa región del cielo, similar en textura a tan delicada prenda.
Aztecas, incas y mayas hablaban de la Leche trashumante del cosmos y los polinesios suponían que una “Ubre” colosal alimentaba la noche con cascadas de estrellas. Desde la Tierra, la Vía Láctea aparece como una franja blanquecina que cruza el cielo, de ahí toma su nombre.
¿Por qué todas las civilizaciones pensaron en la misma imagen de la leche? Este líquido natural es prodigioso, alimenta cuerpo y espíritu, mientras que la banda lechosa que atraviesa la noche cósmica nutre de inspiración a los artistas, inundando con su belleza eterna las fibras de la sensibilidad humana. Por eso.
La realidad es inobjetable: ayer como hoy y mañana, desde nuestra posición, la Vía Láctea luce realmente como un interminable y profuso camino de leche, del que mana su hermoso e infinito misterio de naturaleza inefable, reverberante de ideas, conceptos y soluciones creativas a las preguntas de toda la vida: ¿Quiénes somos, hacia dónde vamos, estamos solos y quién es Dios? ¿Qué le parece?