La isla de Santo Domingo
Señor director:
1791: En el otoño estalló la revolución. En un solo mes, septiembre, doscientas plantaciones de caña fueron presa de las llamas; los incendios y los combates se sucedieron sin tregua a medida que los esclavos insurrectos iban empujando a los ejércitos franceses hacia el océano. Los barcos zarpaban cargando cada vez más franceses y cada vez menos azúcar. La guerra derramó ríos de sangre y devastó las plantaciones. Fue larga. El país, en cenizas, quedó paralizado; a fines de siglo la producción había caído verticalmente.
«En noviembre de 1803 casi toda la colonia, antiguamente floreciente, era un gran cementerio de cenizas y escombros»
Después de más de dos siglos, la situación haitiana no ha cambiado mucho. El país está totalmente deforestado. Sin medios de producción. Con una mayoría de ciudadanos analfabetos, enfermos, sin esperanzas. El país donde mayor se manifiesta la iniquidad.
¿Tiene la República Dominicana la culpa de las penurias haitianas? Definitivamente no. Todo lo contrario. Nunca los hemos invadido y cada vez que hemos llegado a su territorio ha sido con las manos llenas de solidaridad.
Entonces, ¿A qué se debe que otra vez, igual como lo hicieron hace doscientos años, las mismas grandes potencias quieran consignarlos en este territorio insular? Pero ahora con una terrible variante, arrastrar también al pueblo dominicano.
La respuesta se cae de la mata. Es mucho más fácil combatir una “peste” en una isla y no arriesgarse a que esta se expanda en territorio continental. Bastaría con aislarla.
No dejar entrar ni salir nada de la misma. Este horror no es nuevo. Ya lo han aplicado otras veces.
Atentamente,
Carlos McCoy
Desorden
Señor director:
Algunas de las estaciones del Metro de Santo Domingo se han convertido en un verdadero desorden debido al caos que han provocado transportistas, limpiabotas, y venduteros de todo tipo de productos, los motoconchistas y los predicadores evangélicos.
Basta ir a la terminal Mamá Tingó, en Villa Mella, o a la Pedro Francisco Bonó, en la avenida Núñez de Cáceres, para comprobar lo que digo.
Ojalá se ponga coto cuanto antes a ese desorden, en una obra tan importante y costosa para el pueblo dominicano.
Atentamente,
Fermina Fragoso
residente en Los Prados