Tatiana
Señor director:
Hace apenas varios días recorrí seis cuadras en dirección contraria a la139 street de Manhattan, para encontrarme con ella. El viaje en el tren D, del norte a lo más profundo del sur frente a la playa de Coney Island, por lo menos tomaría una hora.
Durante el prolongado viaje, atravesamos el mismo corazón de Manhattan hasta internarnos en lo más extremo de Brooklyn. De repente, es decir, sin percatarme, me sobrevino la manía o el trastorno de mi niñez; me sentía afectado por la ecolalia. Repetía una y otra vez su nombre: Tatiana… Tatiana, como si se tratara de un nombre que abrigaba algún suspenso, o un suceso por demás marcadamente trascendental.
Por fin, llegamos a la amplia plataforma de Stilwill, tomé un vehículo de dos dólares. Hay una serie de automóviles operados mayormente por indios (hindúes) que, desde aquella terminal, conducen al viajero al interior de las calles de Coney Island, próximo a la playa.
Penetro en aquel complejo habitacional que para mí conforma un virtual gueto. La puerta para abrirme paso a mi destino final, está entornada. Al fondo la veo a ella en una cunita que se balancea con pendular lento pero preciso.
Su padre, nacido en Nueva York, desciende de los negros garífunas de Honduras. Esta es mí sexta nieta, y por lo visto está compelida a no discriminar a nadie, ni a temerle a los colores del entorno en que se desenvolverá. Pero ella tampoco será víctima de la incertidumbre e infelicidad. No hay tribunal ni malhadada retroactividad sentenciosa que la torne apátrida y/o cercene sus derechos elementales. Es casi seguro que será un ser libre de acoso xenofóbico y racista que tronche su futuro como ente nacionalizado.
Además, por lo menos me reconforta el que nunca tendrá-se supone-, la sensación de sentirse abandonada. No tendrá que emigrar por falta de oportunidades, y sólo por una muy poderosa e ineluctable razón, emprendería tan azarosa empresa.
Como otros de ascendencia dominicana, Tatiana no debió nacer en Norteamérica. Su ciclo de vida que apenas comienza, al igual que su hermanita y primas, tal vez debió evolucionar en Santo Domingo. Pero no es así, aunque su abuelo nunca pretendió establecerse en estos lares.
Sólo espero que encuentre la oportunidad de superarse. Albergo la esperanza de que no sea motivo de mofas y acosos sicológicos de sus amiguitos acomodados al igual que aconteció en otros tiempos con su abuelo, sólo por provenir de un hogar y barrios humildes como Villa Francisca y Borojol.
Atentamente,
Fernando de León