Todo en común
Señor director:
Con el progreso económico y tecnológico, se entiende que también se incrementa la calidad de vida: asumida como vivir mejor. El ser humano, sin embargo, tiende a considerar como positivo y provechoso, de manera especial, lo tangible, lo palpable. ¿Resultado? Muchos padres formamos a nuestros hijos para que desarrollen todos los talentos posibles: que dominen la tecnología, que hablen varios idiomas, que estudien profesiones altamente remunerables, que tengan todas las comodidades.
Y en ello no hay nada de malo. El problema surge cuando ese niño se transforma en un autómata que piensa que no necesita de nadie y que la vida se vive hacia adentro. Notemos que los países con mayor tasa de suicidio no son los más deprimidos económicamente, sino lo contrario. Se puede confundir, pues, que «tener más» es «ser más». Hay que formarlos para que sean hijos independientes, profesionales capacitados, empresarios exitosos y, también, seres humanos.
El punto es que la vida no está orientada hacia adentro, sino hacia afuera. La mujer se convierte en madre, no cuando se da vida a sí misma, sino cuando se la da a otro ser o cuando permite que otro ser se desarrolle en ella. Algo similar ocurre en el caso del hombre. El hijo único se torna hermano mayor no solo con la llegada de uno menor, por la edad, sino cuando es convocado a cuidar, es decir, a amar a quien recién llega.
La popular foto que denominamos «selfie» (que parece provenir de selfish ‘egoísta’) es una foto mía, tomada por mí y publicada por mí para que mis amigos le den «me gusta». Antes, el fotógrafo estaba detrás de la lente y el placer estaba en retratar a otro. Y la foto era para entregársela, no para conservarla. Ningún árbol da frutos para sí mismo. No estoy planteando que vivamos hacia afuera, pero sí que consideremos que el aislamiento en que vivimos en la actualidad (ser para sí), nos aleja de nuestra esencia y naturaleza: ser con otros.
Aspiremos a vivir según el espíritu de los apóstoles, como se insinúa en el título de nuestro artículo: «La multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo era en común entre ellos. (…) No había entre ellos ningún necesitado…» (Hch. 4, 32-34).
Atentamente,
Edwin Paniagua
Santiago de los Caballeros