Opinión

Congiendolo suave

Congiendolo suave

Rechazo de dos cuerpos

Hablando con mi amigo a mediados de la década del cincuenta, conducimos en gran parte la conversación sobre una joven de la cual estaba éste medianamente interesado.

Sería capaz de casarme con ella si echara unas libritas –dijo – porque un cuerpo con poco revestimiento carnal no se hizo para mí. Como buen dominicano me gustan las mujeres con masa en los fundillos, en las piernas y la pechuga.

-Puedes hacerlo desde ahora- respondí – porque es sabido que cuando la mujer se casa, desde que tiene el primer embarazo gana peso.

-Algunas flacas lo son por razones genéticas, y los padres de ella son esqueletos móviles- manifestó, provocándome una breve tanda de carcajadas.

-La delgadez es casi siempre sinónimo de esbeltez, y una chica esbelta resulta generalmente atractiva – expresé, y mi interlocutor replicó rápidamente.

-Mario, una cosa es una mujer esbelta, y otra una tan flaca que tiende a hacerse invisible. Cuando la veo, recuerdo una canción en tiempo de guaracha titulada hueso na má, y que mi abuelo cantaba con frecuencia.

-Tan importante como la atracción física es la afinidad de caracteres, de gustos, y quizás ustedes llevarían bien una relación de pareja- aseguré, pero mi amigo torció la boca en gesto de escepticismo.
Poco después de este diálogo, nos enteramos de que la muchacha había viajado a la ciudad de Nueva York.

Regresó al país cinco años más tarde, y una noche en que saliendo de una sala de cine me topé con el enllave, resurgió el tema de la damita afectada de orfandad corporal.

-Me vi con la fulana, y está muy lejos de aquel flejecito que conocimos. Ha forrado los huesos con abundante relleno carnal – me informó de inmediato.

-Imagino que si no está casada, ni tiene un amante, la enamorarás, porque lo que no te gustaba de ella era que no exhibía nalgatorio, piernotas ni fundillón.

-No, porque aunque ahora no está flaca sus kilos están mal distribuidos, porque el fundillo anchó, pero se acható, las piernas engordaron, pero se reblandecieron, y los senos se dejaron ver, pero cerca de sus caderas.

Quizás arrepentido de la dureza de su discurso, el decepcionado individuo se alejó sin despedirse.

 

El Nacional

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