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Propio es recordar que la era que le tocó gobernar al peronista Menem se inscribe en la llamada década perdida de los 80, época en que la crisis de la deuda puso de rodillas a las economías de los países latinoamericanos y caribeños. Para ese entonces, Argentina al terminar el gobierno de Raúl Alfonsín, tenía una inflación que alcanzaba “un 3000% en 1989, seguido de una caída del PIB de un 10% en 1989-1990” , lo que constituyó la premisa al desastre económico posterior.
Sin embargo, y, quizás con cierta razón, hay quienes entienden que la experiencia de Menem en la aplicación del paquete de reforma fue relativamente exitosa a partir del hecho de que, aunque sufrió el efecto negativo de la crisis mexicana del tequila de 1994-95, pudo mantener un nivel de crecimiento sostenido “de 6%, en el periodo 1991-1998”. Habiendo logrado por igual una sustancial reducción de la inflación que llegó a colocarse en 17%, y posterior a ello a un digito en el periodo 1996-1999” .
Aunque, el Instituto Nacional de Estadística y Censos (INDEC) de Argentina, revela que en su diez años de gestión la inflación acumulada se colocó “en un 24.648%”. No obstante, es propio reconocer que en su primera gestión logra bajar el índice de pobreza de 46% a 22%, aunque en su segundo mandato se remontará a 27%.
De modo, que el Consenso de Washington vino a ser visualizado por Menem como la medicina apropiada para una economía languidecida, por lo que se concibió que la crisis económica en la región y, particularmente en Argentina, tuvo su origen en el intervencionismo del Estado y por la deficiencia de éste en frenar el crónico déficit público. Frente a la brutal hiperinflación en la Argentina de la década de los 90, el referido recetario neoliberal de manera muy coyuntural auspició cierta estabilidad financiera apoyado en el denominado plan de convertibilidad, estableciendo una paridad cambiara con el dólar.
Pese a lo cual, el resultado de la aplicación de todo el conjunto de los diez mandamientos del Consenso generó más penuria a largo plazo que soluciones de muy corto plazo, y, si ciertamente impactaron en un acelerado crecimiento de la economía, empero, el desempleo alcanzó “14,5%, sumado a la tasa de sub-empleo de 13,2% representando unos 3,7 millones de personas con acentuados problemas laborales”, con un incremento extraordinario de los índices de pobreza e indigencia en el gobierno que sucedió al arquetipo de la gran reforma neoliberal, alcanzado la pobreza hasta “un 46%, con el agravante de una deuda externa total de 139 mil 680 millones de dólares.
Generando la mayor crisis política en las últimas décadas, con cuyo desplome la pobreza continúo su escalamiento remontándose en el gobierno de Eduardo Duhalde al astronómico indicador de 66% en 2002.
Por: Jose Manuel Castillo
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