A las calles de Santo Domingo no les cabe una valla más. Instrumento publicitario empleado sin control, contribuyendo a una contaminación visual insoportable. No hay lugares reservados al esparcimiento, la sana diversión, la educación primaria y superior, sin dejar la salud, que no hayan sido invadidos por grandes, mediana y pequeñas pancartas publicitarias. Escuelas, hospitales, parques, urbanizaciones presas de este desorden.
Avenidas ecológicas, paisajes y jardines que se ofrecen al disfrute y a la recreación de habitantes y visitantes han sido profanadas por este medio, ruidoso y alterador de orden y la belleza que nos hemos procurado y que la naturaleza proporciona.
Los elevados nos privaron de una urbanidad análoga con sus encantos, diriamos que pueblerinos, para ahorrarnos tiempo y combustible. Pero las vallas están desvirtuando su misión primaria para convertir estos tramos en selvas de vallas publicitarás que ya se mezclan, sin dejar espacio a la necesaria concentración de los conductores.
No hay solares ni obras en construcción que no hayan sido cercados de aluzinc por el montón de empresas, establecidas e improvisadas, con el fin de colocar pequeñas pancartas que los transeúntes ya ignoran por su uso abusivo.
El Ayuntamiento del Distrito y el de Santo Domingo Este elaboraron años atrás reglamentos muy avanzados y abarcadores con el objetivo de controlar y administrar todos los medios de publicitad exterior, lo cual incluye la distancia entre vallas, lugares prohibidos y tamaños adecuados. Pero estas disposiciones parecen haber sucumbido ante las ambiciones recaudadoras de sus ediles. Son letra muerta ante este un relajo tan evidente y escandaloso como éste, que desborda los límites de la prudencia y el debido respecto a capitaleños y visitantes.