José Jáquez, brillante intelectual oriundo de San José de las Matas, municipio de la provincia de Santiago, describe los aberrantes excesos criminales del generalísimo Rafael Leonidas Trujillo, que gobernó a sangre y plomo el país en el extenso período del 23 de febrero de l930 hasta el 3l de mayo de l96l cuando cae ajusticiado en un charco de sangre por los magnicidas valientes de esa heroica conjura.
En 256 páginas, Editorial Argos-Búho, José Jáquez escribe su libro “Sin miedo a Trujillo” (2011), que contradice un decir infundado de que el generalísimo Trujillo transitó su luenga tiranía con un pavoroso y absoluto miedo a su persona y sus represalias terribles, que concluían con la muerte, previo a descomunales torturas en las ergástulas tenebrosas primero de Nigua, y luego de La 40, en el hoy barrio Cristo Rey, y El kilómetro 9 de la carretera Mella. Las otras alternativas eran la cárcel, el exilio o la colaboración.
En 52 capítulos, José Jáquez, que demuestra un alud de talento con su sección de urticante humor Ají tití en el diario El Nacional, poeta, entrevistador itinerante en carreteras y escenarios del país, en esta obra se ciñe exclusivamente a narrar con el soporte de versiones originales de sobrevivientes y comunicadores más veteranos que él como Santiago Estrella Veloz, mocano talentoso, reservado, modesto y gran ser humano.
Inclusive José Jáquez incorpora a los que sin miedo enfrentaron la cruenta satrapía, a un nutrido grupo de mujeres, además de las hermanas Patria, Minerva y María Teresa Mirabal Reyes, más de medio centenar reseñadas en las páginas 174-175 y 176, que sería prolijo enumerar, empezando por Altagracia Almánzar, esposa del dirigente político Virgilio Martínez Reyna, ambos asesinados en el pueblo natal de José Jáquez, San José de las Matas, el 0l-06-l930, antes de Trujillo formalizar su ascenso al poder., el l6 de agosto de ese año fatídico.
Carolina Mainardi Reyna, esposa del doctor Leovigildo Cuello, fue la primera dama obligada a marchar al exilio iniciando la dictadura, y la cuota alta de damas puertoplateñas que desafiaron las iras del déspota, empezando por Miriam Morales, la única presa de esa jornada temeraria, osada y gloriosa,
En esta obra alusiva a la llamada Era de Trujillo, el autor alude ese trayecto nefasto en la historia dominicana exclusivamente para exponer un arqueo de los hechos de sangre, que aunque algunos hiperbolizan en 50 mil, nunca excedieron los tres mil, y así se exagera, sin aval o soporte probatorio, que en la guerra de abril de 1965 perecieron cinco mil personas, una mentira, cuando apenas excedieron mil individuos, y que Estados Unidos desembarcó 42 mil marines, cuando en Fort Bragg, que era de donde procedían, no existía una guarnición de esa magnitud.
Consigna José Jáquez un detalle que siempre he sostenido de la personalidad de Trujillo y es que era un gran resentido social no solo por la pobreza de su oriundez, sino porque su padre, José Trujillo Valdez fue un truhán, dedicado al abigeo y las inconductas ciudadanas, y ese sedimento emocional determinaron en el déspota sus abominables crímenes y la inhumanidad demostrada en la frialdad de sus ordenes de extermino a sus opositores, desde un principio eliminando mujeres, y al final eliminado mujeres.
Su desprecio a las clases sociales altas fue como un tábano emocional que lo atenaceó insomne, por ser rechazado en el Club Unión de la capital, en el Centro de Recreo de Santiago de los Caballeros y en el Club del Comercio de Montecristi, tres de los centros sociales más aristocráticos y exclusivos de fines del siglo XIX y primera mitad del siglo XX.
Narra el levantamiento de Cipriano Bencosme, asesinado en El Caimito, Jamao al Norte, Puerto Plata, al inicio de la tiranía, el 19 de noviembre de 1930, delatado en su escondrijo, no obstante Trujillo parlamentar con él y tratar de atraerlo a su gobierno, que Bencosme rechazó, y lo propio su hijo Donato, que tenía de un harén en su finca de Moca, y el entendimiento con Pedro Estrella Molina (Piro), que inicial se alzó en su finca de Los Amaceyes, próxima a Tamboril.
José Jáquez logra una obra de consulta en relación a las atrocidades ordenadas por Trujillo, que con la excepción del escritor vasco Jesús de Galíndez, a quien se asegura que luego de ordenar su secuestro en la estación 56 del subway de Nueva York en 1956, ahorcó amarrado en una silla en su despacho presidencial por Galíndez narrar en su obra La Era de Trujillo, tesis para su doctorado en la Universidad de Columbia, que Ramfis, hijo mayor del déspota, nació antes del matrimonio con María Martínez, ocasionándole un trauma psicológico terrible é insuperable, nunca participó en asesinar a alguien, y sólo ordenaba.
Ese trauma psíquico de Ramfis quedó patente en su actitud criminal contra los expedicionarios de la Raza Inmortal que ingresaron al país para liberarnos a los dominicanos el 14 d junio de 1959 por Constanza y cinco días después por Maimón y Estero Hondo, masacrados la mayoría capturados vivos, y su orgía de sangre contra los magnicidas del 30 de mayo de 1961, especialmente contra su tío político mayor general E. N. José René Román Fernández, a quien torturó en niveles demenciales, narrado por el historiador Juan Daniel Balcácer en su obra El tiranicidio de Trujillo, relato que hube de suspender su lectura por sus horrores nauseabundos. Ramfis era un poseso mental que no sirvió para nada más que asesinar y presidir francachelas.
Inserta al final de su valiosa obra documentada y de consulta, poco ponderada en su contenido y narrativa de excelente comunicador, la nómina de los sicarios del tenebroso Servicio de Inteligencia Militar (SIM) dirigido por el siniestro y vesánico teniente coronel E. N. John Abbes García y la miseria de los salarios de la mayoría de sus integrantes de RD$100, por la que asesinaban y torturaban sin piedad a los contestatarios de El Jefe.