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Tal como señalé en la primera parte, es vital que recuperemos la autenticidad porque ella nos garantiza estabilidad emocional y el dominio de la capacidad de impulsar nuestras motivaciones. Pues como dijera el afamado psicólogo estadounidense, Kenneth Graik, “si somos capaces de crear complejos modelos de herramientas como muestra de una mente productiva, entonces debemos ser capaces de proteger nuestra autenticidad alejándonos de las banalidades.”
Internet y Facebook gobiernan la vida interrelacional, conducta, mente y vida emocional de casi las dos terceras parte de la humanidad. Millones de usuarios de esos sistemas de comunicación, si pasan más de dos horas sin estar invadidos por ellos, sufren una insoportable ansiedad de separación. Nos intranquiliza que puedan pasar dos días sin saber si ya Messi sobrepasó los 68 millones de seguidores en «twitter» o si Marc Anthony accedió pagarle a Jennifer López la manutención más alta del mundo por dos niños. Todavía no comprendo por que una de mis colegas, se sintió tan preocupada por mi salud cuando al preguntarme si leí en la internet la noticia que daba cuenta sobre la probabilidad de que la difunta princesa Diana estuviera embarazada al momento de su muerte, le respondí que no tengo costumbre de leer esas tonterías como tampoco doy seguimiento a los chismes cloacales que dan cuenta de los legisladores y ministros que cargaron al “barrilito” o al Estado el costa de las lipoesculturas hechas a varias de las hermosas presentadoras de nuestra TV.
Esa vida insulsa y superficial publicitada en Facebook, Twitter y demás redes sociales, han robado y desmembrado la privacidad y autenticidad de la gente. Ya hasta los ladrones, estafadores, timadores, los ‘jabladores’, los malapaga, el tigueraje, los sicarios, en fin, toda la hez de la sociedad, «sube» a la internet lo que hizo o piensa hacer, o bien, planifican sus acciones e informan a sus cómplices, a través de las redes sociales, de que le toca hacer a cada uno para que «todo salga a pedir de boca». Por suerte, que a veces como ese pus social «sube» sus «éxitos» a las redes sociales, facilita que caigan en las redes policiales.
A muchísima gente le roban y asaltan en la casa y en la calle porque todo cuanto van a hacer y adquieren lo «tiran» por «WhatsApp», «twiiter» y «Facebook» a sus amistades; ya esa información tiene acceso todo el mundo. Antes el hombre infiel, sólo con amigos de extrema confianza comentaba «su embullito». La mujer casada, ni al cura ni a su madre, decía que estaba «comiendo calhi» con un noviecito.