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De Bosch a Abinader

De Bosch a Abinader

Luis Pérez Casanova

En una nación en que el autoritarismo, el robo y el clientelismo han marcado el ejercicio del poder se necesita una elevada dosis de integridad y vocación democrática para impulsar al menos los cambios institucionales más perentorios para el desarrollo. El problema se torna más complejo cuando a la gente, que de por sí no hace mucho esfuerzo por entender, tampoco se le ofrecen las explicaciones a que tiene pleno derecho sobre determinadas decisiones.

De la reforma constitucional que promueve el Gobierno el aspecto que más se conoce es la independencia del Ministerio Público. Pero nadie se ha tomado las molestias de explicar, como si la gente tuviera que conocerlos, los beneficios que representa para el bienestar del país que la justicia opere bajo sus propias normas, no teóricas, sino reales. En este país son muchos los proyectos que se pueden imponer desde el poder a base de dinero, pero ha vuelto a comprobarse que la corrupción no es el precio que pagará el presidente Luis Abinader ni siquiera en el hipotético caso para ganar la reelección.

Las condiciones en que Abinader llegó al poder no podían ser más adversas. No con esta nación, sino con el mundo paralizado por la pandemia sanitaria. Después se agregó la crisis en la cadena de suministros, el incremento de las materias primas, el transporte marítimo y otros componentes que han afectado la producción y el consumo de bienes y servicios. Sin una reforma fiscal para aumentar las recaudaciones, el Gobierno, gracias a la racionalidad y la priorización de las inversiones, ha salido airoso, en la medida de lo posible, de todos los problemas que se han presentado.

Además de íntegro, Abinader se ha consagrado como un demócrata. Por su respeto a las reglas de juego ha preferido renunciar a la reforma constitucional antes que imponerla sin el consenso de las fuerzas políticas y sociales.

Con la modificación, personalmente, nada gana. Más bien se despoja del control de una instancia utilizada en el pasado como instrumento político y fuente del nocivo clientelismo. El burocratismo, empero, ha sido un pesado lastre que le ha impedido revestir su gestión de más brillo. No solo se ha mostrado espontáneo e, incluso, carente de estrategia para luchar con crisis heredadas de otras administraciones.

Puede darse por descontado que, como ocurrió con el profesor Juan Bosch, Abinader no pagará el precio de transigir con sus principios para preservar el poder a cualquier precio. De Bosch hay que recordar que prácticamente abonó el camino a los golpistas antes que permitir violaciones de las leyes, atropellos o que la corrupción (que para esa época se reducía a comisiones) se enquistara en su Gobierno.
Es el camino que trilla Abinader.