El ejercicio del poder político no es sometible a los impulsos de la casualidad. Pero el azar existe y su presencia es reconocible.
Ella se presenta -y ocasionalmente puede influir decisivamente- como un accidente del camino, no como el efecto de algún gesto providencial.
Esas premisas explican por qué Luiz Inazio Lula da Silva, en Brasil y la Michelet, en Chile, salieran del poder con un 80 por ciento de popularidad.
El decurso de los acontecimientos causales, intencionados, es lo que va a decidir el llamado desgaste o no del ejercicio continuado del poder.
En el país se ha estado proponiendo como una suerte de sino fatal el desgaste en cuestión.
No hay razones para creer en esa fijación, en ese intento de dogmatizar aquello que es producto de un razonamiento equivocado o de una postura correcta.
No hay dogma en torno a la praxis política, que se alimenta de realidades, lugar común que no despeje todas las incógnitas que orbitan en torno al poder político.
La política, su ejercicio más dinámico, que tiene por escenarios los hechos de cada día, está sujeta a cálculos lógicos, a estrategias, a lo fenoménico y no es en modo alguno un esoterismo más.
Hay desgaste del poder si no hay una gestión coherente, dinámica, efectiva.
Hay desgaste si no se ofrece un seguimiento seguro y efectivo contra la inseguridad ciudadana, contra la corrupción, la inercia, la excesiva burocratización, el manejo económico que no toma en cuenta las prioridades reales, si no se plantean con sinceridad los problemas de las mayorías, si no hay intención sincera de cambiar lo que no funciona como debe.
El desgaste es un mito si se lo lleva a ese territorio y es una realidad oscura y fiable si no se siguen las coordenadas más adecuadas.
Los escándalos memorables más sonados que no se esclarecen y se dejan al tiempo creando nubes de dudas sobre ellos contribuyen a acelerar el llamado desgaste.
Este es cierto si se le otorga la certidumbre que lo legitima como eventualidad producida desde el poder.
La mayoría de los gobiernos dominicanos han corrido por ese carril.
Desgastarse es una suerte que siempre se corre en el oficio no importa cuánta gloria efímera haya gestado el devenir.
Unos han recurrido a la represión para mantenerse pese a la impopularidad.
Otros han decidido lo correcto y no han intentado procurarse una prolongación riesgosa.
Pese a ello, no han salido con el mejor aval popular al final del período.
El poder entraña riesgo, como todo en la vida.
El buen jugador sabe identificar cuáles son esos riesgos y se sitúa en medio de la realidad.
Las reelecciones sí tienen la facultad de aumentar la riesgosidad política incluso en lo inmediato y en naciones desarrolladas como Estados Unidos.
Los presidentes que han logrado la reelección han salido con escasas conquistas del segundo período.

