Un mal final daña una buena producción. Ocurre en el cine, la literatura y también en la política. El caso más reciente ha sido el de la presidenta saliente de Argentina, Cristina Fernández, quien con malas maneras opacó los puntos luminosos de su gestión. Nadie habla de las muchas realizaciones que impulsó, sino de la descortesía o el boicot sin necesidad que promovió al no participar en la ceremonia de traspaso de mando a su sucesor, Mauricio Macri.
Con esa actitud, un gobernante que terminó al menos con un 50% de aprobación, en lugar de marcharse por la puerta grande, como merecía, lo hizo por la puerta de atrás. Y para colmo con un acto teatral, como la de abordar un avión en clase turista para un vuelo interno.
De su gestión se ha ponderado más lo negativo que lo positivo. Y ahora con más razones. Porque tras su candidato perder las elecciones, ella también perdió los buenos modales, echando por la borda sus importantes realizaciones. Sus críticos se han cebado censurando una actitud soberbia. Que legalmente no estuviera obligada a participar en el acto no es lo que cuenta. Lo que cuenta es la tradición.
Ahora da lugar para que se le vea como ese falso monstruo que de ella han dibujado sus rivales por el coraje con que defendió los intereses de la nación.
No perdía nada con participar en la ceremonia y entregar el histórico bastón de mando a su sucesor. De hecho, el presidente Macri aprobó respetar sus políticas sociales. Y fue aplaudido cuando planteó, en un momento oportuno, “acabar con años de enfrentamientos inútiles” y establecer como ejes de su mandato la reconciliación nacional y la lucha contra el narcotráfico y la pobreza.
Por ese mal final Cristina está llamada a pasar por malos momentos. Será la ùnica responsable de los errores en que, por lo menos en los primeros meses, incurra el actual gobernante. Por sólida que sea la estructura de poder que ha conservado el gesto que observó es impropio de una estadista de su dimensión. No fue lo único que manchó su despedida. También los nombramientos que efectuó hasta el último día, que, por mera prudencia, debió dejar en manos de las nuevas autoridades.
Todo lo que había construido con la cabeza se ocupó de desbaratarlo con los pies, hasta tal punto que hoy nadie le reconoce ni siquiera que redujo el monto de la deuda ni la adquisición de empresas extranjeras que no cumplían con las leyes. Se ganó el sambenito de oveja negra.
Para colmo, también el presidente Nicolás Maduro, menos pulido y más torpe, no se ha quedado atrás en decisiones provocativas. Antes que dejar a la oposición que tome sus decisiones se ha ocupado de minarle el camino con acciones criticables. Con sus actitudes pierde también el modelo que han encabezado.