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DIÁLOGO POLÍTICO

DIÁLOGO POLÍTICO

No todo está perdido –

Hace unos días pasé por donde un viejo amigo llamado Martín. Después de saludarnos me preguntó, en una actitud que me sorprendió “Andrés ¿tú vas a marchar contra lo que está pasando en el OISOE?, (Oficina de Ingeniero Supervisores de Obras del Estado), porque esto se está acabando aquí. Esto es lo último.

Debemos cerrar los partidos. Porque es que los políticos son unos ladrones. Están acabando con este pueblo”, me argumentaba con rabia. Sus ojos se nublaban de lágrima mientras se perdían en el vacío de lo que asombrosamente el sentía. Movía su cabeza de un lado a otro.

Le quise responder con voz pausada, que “un país no puede vivir sin políticos y la política, porque si no tendríamos que cerrarlo”.
Me interrumpió diciéndome: “Pues cerremos el país, porque esto no lo aguanta nadie, los políticos roban, los jueces no lo condenan. Son cómplice toditos, ya esto no lo aguanta nadie, esto se jodió, todo está perdido.

Por un lado un grupito robándosele todo, mintiéndole al pueblo, falseando las estadísticas, para hacer creer que hay menos pobres, mientras los que estamos en contacto con el pueblo sabemos que no.

Mira la delincuencia, mira cuanto suicidios, incluyendo el del arquitecto. Aquí nadie está seguro. Esto no tiene madre Andrés. No me digas nada. No creo en nadie”, siguió repitiendo con rabia Martín, mientras sus ojos con lágrima se encendían con una mezcla de cólera, desesperanza y tristeza.

Confieso que nunca había visto a mi amigo Martín tan desesperado, indignado y abrumado. Parecía que se iba a parar de la silla de ruedas en la que está siempre sentado después de un accidente que le dejó paralítico, pero con un espíritu lleno de toda la energía imaginable; con una parsimonia y alegría que contagiaba siempre a cualquiera, incluyéndome a mí, que muchas veces me he parado a saludarlo, para contagiarme con su optimismo.

Insistí en decirle algo de lo que pienso, y le expresé: Martín, por favor, permíteme decirte algo, le manifesté con voz pausada y llena de la fe que había perdido mi viejo amigo.

Me miró fijamente, como diciéndome: hablas Andrés. Entonces le dije a mi desesperado interlocutor: óyeme hermano, te juro que en verdad soy de los que creemos que todo no está perdido.

Muy por el contrario, veo está situación nacional como una gran oportunidad para que los mejores hombres y mujeres, unidos en base a principios y valores, superemos esta realidad donde lo vulgar, la mentira, la simulación, el afán de riqueza material, sin importar como se obtenga, es lo sagrado, en tanto que la verdad, la honestidad, la transparencia, el respeto a las reglas, a las normas morales y legales, hoy, desgraciadamente, es lo profano.

Martín me respondió, “bueno en algo tú tienes razón”. Respiré profundo, pues mi desesperado amigo, parece que se había decidido a escucharme, y, sin perder tiempo le puse un ejemplo de tantas personas buenas y honestas que tenemos por doquier, y le dije: hermano, ayer murió un hombre de 95 años, que hace menos de un año sus hijos tenían que esconderle el pico, la coa y azada, porque él quería sembrar víveres en una ladera tan inclinada, que tenía que amarrarse con una soga para resbalar y caer en una cañada.

Ese señor, cuyo nombre era Lorenzo de la Cruz Heredia, padre de unas amiga de muchos años llamadas Elena y María y diez hermanos más los cuales admiro, todos hijos ejemplares que el dio junto a su fenecida esposa como aporte a esta sociedad, fueron criados por este hombre que, en sus años de mucha energía trabajaba de sol a sol, para sostener a su familia con el sudor de su rostro y así darle un ejemplo de honestidad, sacrificio y responsabilidad.

Narran sus hijos, con orgullo, que así quiso morir, trabajando. Pero crió unos hijos en valores.

Continúe diciéndolo a Martín, mientras su rostro colérico se tornaba en apacible: “Martín lo último que debemos perder es la fe. Entonces le hablé del pasaje de la biblia en Hebreo once, y le enfaticé en aquello de que “la fe es la certeza de los que se espera y la convicción de lo que no se ve….”

De inmediato aproveche su atención y progresivo cambio de actitud y le añadí: “Oye hijo, siempre han habido gentes buenas como tú, los cuales se han preocupado por los demás; por el bien y lo justo como hoy lo haces tú, pero no nos podemos desesperar, lo que hay es que seguir luchando porque en verdad las cosas se pueden cambiar.

El Nacional

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