En la mitología de la antigua Grecia, Dédalo fue una deidad pagana que con un caudaloso ego, se resistía a tolerar un rival, un símil clonado de la Era Digital en el unilateralismo y nacionalismo del presidente Donald Trump, que con un escenario interno y externo pendulante, a medio término de su administración, proclama ufano, una segura reelección.
El pasado 26 de enero, el presidente Trump, vale decir, el presidente de la Aldea Global por el poder económico, tecnológico y armamentista número uno del mundo, avanzó que su reelección 2020 “será fácil”, con las referencias de una economía que crece en un 2.5% del PIB, creando 5.3 millones de empleos, inclusive 600 mil a la industria, motor nodal de la economía estadounidense.
Empero, el logro de mayor trascendencia del presidente Trump consiste en compulsar a retornar a su país a los grandes inversores que desertaron de Wall Street al canto de sirena en 1992 de Deng Xiao-ping de: “Una China, dos sistemas”, para especular en un mercado de 1,300 millones de consumidores, y más allá, procesando manufacturas de inferior calidad con salarios sin disensión, vale decir, próximo a la esclavitud, que en su momento estallará y se revertirá, redituando a Occidente.
Industriales que se montaron en la coyunda miserable y antinacional especulativa de las maquilas de zonas francas y paraísos obreros sin sindicatos para evadir impuestos de su país en desmedro del grosor de la empleomanía norteamericana, una obtusa filosofía símil a capar perros, que el presidente Trump reivindica y retorna al original status.
El presidente Trump enfrenta rudo y directo a su homólogo de Venezuela, Nicolás Maduro, temario que evoca a su lejano parigual Teddy Roosevelt, el rudo jinete de la Colina de San Juan en Cuba, el ariete que fragmentó la provincia colombiana de Panamá en 1903 como solución para construir la vía interoceánica del istmo de Panamá, con la tramoya del acuerdo Bunau-Varilla, en esta ocasión no para exclusivamente usufructuar los recursos petroleros venezolanos, los más abundantes del mundo con 301,501 millones de barriles, con la dicotomía de padecer una crisis humanitaria peor que Afganistán, Iraq, Franja de Gaza , Darfur, y los rohinyas de Myanmar, juntos, sino por el forcejeo con Rusia y China por el hegemonismo geopolítico.
El día ocho del presente mes, Bloomberg difundía una nota consignando que Venezuela no sabe qué hacer con su petróleo, porque el presidente Trump dispuso cortar el suministro a su país de 1.7 millones de barriles diarios, drenaje de US$6 mil millones diarios, al que no encuentra mercado, aún a US$54 el barril, por economía mundial ralentizada, y porque a China y a Rusia, dos de sus circunstanciales aliados, les envía 450 mil barriles diarios a cambio de amortizar créditos, a Rusia por US$2,000 millones, a China por US$13 mil millones, a Cuba por maestros y médicos disfrazados de militares y espías, formados por la antigua KGB soviética, armazón y dogal soportes de las dos dictaduras, sin liquidez de su principal fuente de ingresos y divisas.
Esa coyuntura deplorable impidió que el año pasado Venezuela incumpliera compromisos por US$8 mil millones a los tenedores de bonos, confrontando una manicomial inflación de un millón, que imposibilita el mínimo logístico de alimentos básicos, medicinas y atenciones médicas elementales y urgentes, agravada con una deuda pública hoy impagable superior a los US$25 mil millones.
Los países de mayor economía del Continente, comenzando por Estados Unidos y Canadá, Brasil, Argentina, Chile y Colombia, y la Unión Europea, rechazan el continuismo del presidente Maduro, que consideran espurio, cerrando apoyo con el disidente Juan Guaidó, presidente del Parlamento Venezolano, y solo México, honrando su tradicional política internacional de no intervención por las experiencias con su vecino norteño que le amputó en 1847 los territorios de California, Nevada, Texas, Colorado, Nuevo México, Arizona y Oklahoma, se ha eximido de censurar a Maduro.
El día ocho del cursante mes, el presidente Trump comparó a su homólogo venezolano con los dictadores José Stalin, Adolfo Hitler, Saddan Hussein, ayatolah Ruhola Jomeini, Benito Mussolini, Idi Amín Dada y Muammar El Gadafi, obviando otros como Vladimir Putin, Mao Tse-tung, Xi Yin-ping, Benjamín Netanyahu, Daniel Ortega, Abdelfata Al Sisi, Reyep Nayip Erdogan, el príncipe saudita Mohamed Bin Salman, y los corrompidos generales birmanos representados por el presidente Win Myint, con el solapado apoyo claudicante de Aung San Suu Kyi, otrora Premio Nobel de la Paz, que diezman y exterminan a la minoría rohinya, inclusión y exclusión signada por la inclinada conveniencia estadounidense, inaceptable y repudiable doble moral.
En esas estas circunstancias históricas, es cuestionable que el presidente Trump solo señale al presidente Maduro que “debe irse”, excluyendo a los mencionados dictadores, marcados todos con el INRI acusatorio por las concordantes lacras de suprimir la disensión, atrocidades, corrupción y crímenes, sin las dispensas de favoritismo convencional, para que todos juntos, en su momento, comparezcan como reos ante el Tribunal Penal Internacional de La Haya, juzgados por crímenes de lesa humanidad. No exclusivo al inmaduro Nicolás Maduro.