“¡Hoy resulta que es lo mismo ser derecho que traidor! ¡Ignorante, sabio o chorro, generoso o estafador! ¡Todo es igual! ¡Nada es mejor! ¡Lo mismo un burro que un gran profesor!” Tango de Enrique Santos Discépolo
Leyendo el discurso del candidato presidencial reeleccionista Danilo Medina dibujando un país inexistente, mintiendo sin el mayor rubor, reiterando promesas que no ha cumplido ni cumplirá, abusando de la inteligencia ajena, llego a la conclusión de que los políticos, sobre todo los que están en el poder, dicen cualquier disparate, cualquier tontería, cualquier absurdo sabiendo que nada pasará, que tienen licencia para mentir y engañar al pueblo sin ninguna consecuencia gracias a la ignorancia popular, al clientelismo, al paternalismo, al poder que tienen y la influencia en los medios de comunicación donde se forja la mal llamada Opinión Pública.
Cuando Danilo dijo haber sacado de la pobreza a casi un millón de personas me pregunté en mi cuenta de Twitter dónde podrían estar y descubrí la verdad: Están en el Cementerio Cristo Redentor, en el de la Máximo Gómez, el de Santiago y otros “camposantos”. Debajo de los puentes no pocos, en los semáforos como mendigos y en los mercados como pordioseros, otros tanto como zombis.
En el Partido de la Liberación Dominicana, en el poder hace ya casi 20 años, se ha perdido todo sentido ético y moral desde el día en que, ¡por fin!, aquella clase media, “arribista y trepadora”, llegó al poder. Y lo que es peor, ha logrado envilecer toda la sociedad, destruyendo piedra sobre piedra sin dejar un solo vestigio de dignidad y decoro.
Mi buen amigo Nobel Alfonso, comunicador de la “vieja guardia”, me trajo un libro ensordecedor. Me cayó como un reyo en las manos. “Ética borrosa”, de Carlos Coñi, doctor en filosofía y catedrático en una de las universidades más prestigiosas de España. “Parece que fue escrito por ti”, me dijo Nobel al entregármelo.
En el preludio leo: “Vivimos en una época de desorientación moral. No está nada claro qué es bueno y qué malo. No alcanzamos a ver los límites entre lo éticamente correcto y lo moralmente reprensible. Parece que las líneas simplemente se han borrado, se han difuminado, han desaparecido. Todo se considera aceptable. Ya nadie se atreve a señalar los linderos, a indicar un camino como mejor que otro.
El único criterio aceptado es el de no tener criterios. Nada es del todo punible ni loable. La subjetividad se ha convertido en la única norma objetiva y, en nombre de la tolerancia, nos protegemos ante cualquier cosa que suene a convicción moral. No es que nos encontremos más allá del bien y del mal, sino que estamos perdidos en un mar de brumas, sin brújula, sin referencias, sin faro que nos guie, sin rumbo”.