Opinión

Duarte y Osvaldo Bazil

Duarte y Osvaldo Bazil

Ya llega el peregrino. Retorna el soñador iluminado. El último Jesús Crucificado lo sacrifica todo a su destino.

El ademán sereno y lento, como de sembrador de estrellas en el viento, besó su tierra lúgubre de insigne viajero.

Cruzo las viejas calles de su ciudad nativa.

Las tinieblas oprimen su frente pensativa.

Todo es triste a su paso. Todo en sombra se hunde.

Falta una voz que diga el evangelio santo del honor de morir combatiendo el intruso. Un letal desencanto en el espacio cunde, pero la voz de Duarte, como espiga de pura comunión su clara luz reparte.

Por tu espíritu austero fue el Maestro que creó la reliquia Trinitaria.

Y abonó en el destello de su estro una patria oprimida y solitaria.

Duarte todo lo ofrece, de todo se desprende: de familia y riqueza ante el sol que en su espíritu amanece.

Y ningún sacrificio le detiene la mano, ni le aminora el alma en la proeza hasta borrar la planta del tirano.

Se aferra a tres palabras que son como montañas: tres palabras que cruzan las entrañas: DIOS, PARTIA Y LIBERTAD, a un tiempo mismo llenan los fervorosos corazones.

Y este Jesús del sacro patriotismo, rompe con tres palabras los negros eslabones.

Nació la Trinitaria: la Patria tiene casa.

Surgen los Trinitarios: la Patria tiene brazos.

La epopeya reparte su porción de laureles. Y la Patria responde a la trágica cita que hace el yugo pedazos.

Y la impoluta prédica de Duarte talla un altar de luz en la Puerta del Conde.

El Nacional

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