Opinión

El 15 de Azua  y los indultos

El 15 de Azua  y los indultos

La indignación ciudadana no pudo ser mayor.

Tanto fue el coraje de la población, que el Presidente de la República se vio obligado a convocar a su prensa al Palacio Nacional para ofrecerle una explicación “humanitaria y cristiana”, de las razones que tuvo.

Mejor hubiera guardado silencio, como hace siempre que se produce un escándalo de corrupción, a los que ya muchos se han acostumbrado. La población volvió a sentirse burlada.

En el kilómetro 15 de Azua existe una cárcel construida en  1940, aislada, donde sólo llega el sol, donde rara vez llueve; donde resulta difícil ir. Aquella prisión es para hombres muertos en vida. En esa cárcel dicen que está “lo peor de lo peor”, hombres que matan sin compasión, ladrones y atracadores. Pobres diablos que no tuvieron acceso a la educación ni la fortuna. Hombres marginados hasta por Dios.

La cárcel del 15 de Azua es un cementerio.

Convictos y agentes policiales están presos, abrazados y de algún modo hermanados por la lejanía y el sol. El desierto los protege y los mata.

El 15 de Azua es un antro de violencia y de muerte, de olvido y desgracia; un lugar siniestro del que nadie puede escapar aunque logre su libertad.

Al 15 de Azua no va la prensa cuando meten durante cuatro meses en la “celda de castigo” a varios condenados; ni cuando se produce una muerte violentamente, como es relativamente frecuente.

Sólo el jefe de prisiones, general Pérez Sánchez, ha mostrado  preocupación por el estado de la cárcel y la situación de los que allí purgan sus penas. Pero es poco lo que puede hacer desde la capital del país y sin los recursos económicos suficientes.

La cárcel del 15 de Azua debió ser cerrada hace muchos años. Los hombres merecen ser tratados como seres humanos, no como bestias. Es mejor la muerte que la humillación.

La cárcel del 15 de Azua corroe y corrompe más a los presos. Los hace peores. Sin campo deportivo, sin una buena cocina, ni espacio para moverse, sin una escuela de alfabetización o vocacional, sin biblioteca, sin centro médico, sin un  gimnasio,  esa cárcel, como casi todas las otras,  es una pocilga  donde se revuelcan los hombres como  cerdos.

En la comandancia no hay  aire acondicionado, ni computadora, una secretaria,  una oficina decente. Nada. El coronel que allí está, es otro preso.

En ese lugar tan lejano y caluroso, hay muchos enfermos terminales. Unos tienen Sida, otros tuberculosis. No hay quien los atienda. No tienen derecho al “pánico” de doña Vivian o al “cólico” de otros ricos. Nadie le escribirá cartas al Presidente pidiéndole que indulte a enfermos del 15 de Azua,  Najayo, La Victoria  o Monte Plata.

Esos pobres de solemnidad, sin nombres ni apellidos, sin bancos, sin prensa ni periodistas, sin abogados con influencia en el Palacio Nacional y en la Suprema Corte, jamás serán atendidos como seres humanos, jamás merecerán un indulto.

Los presos del 15 de Azua forman parte de la escoria social, de los que deben estar bien muertos. Dichosos son que no murieron como cientos de  sus pares, en intercambios de disparos, cada vez más de moda.

Los indultos, junto a los intercambios de disparos, anulan a los tribunales y los jueces.

El nuevo Código Procesal Penal no tiene sentido en el marco de los intercambios de disparos y los indultos.

El presidente de la República y el jefe de la Policía Nacional. El Presidente decide quien va preso y quien no; en tanto que el jefe de la Policía decide quien vive y quien no. Antes lo apodaban El Cirujano, ahora El Barón del Cementerio. ¡Cuenten los muertos!

Pero no importa, se trata de muertes necesarias, de una profilaxis social, de una limpieza  imprescindible para lograr la paz y la tranquilidad ciudadana. Y en esa tarea tan patriótica el jefe de la Policía cuenta con el apoyo de la Iglesia y de una parte de los medios de comunicación. No crean, yo también estoy de acuerdo con esa misión tan noble y altruista.

No hagamos cárceles nuevas, ni adecentemos las que ya existen, hagamos cementerios nuevos con nuevos nombres como “¡Aleluya!”, “Allá voy mi Dios”, “Cristo Salvador”, “El Metro del Cielo”, “El Progreso del Señor”, y “E’p’alante que Vamos”.

Los cementerios resultan más económicos que las cárceles. Y como estamos en crisis económica, en austeridad, como todos recomiendan reducir el gasto público, esa es una manera. Cementerio si, cárceles no.

El Nacional

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