Podría llegarse a pensar que el arte es el ejercicio supremo del mentir, tanto asimismo como al otro, ese otro sin reflejo en el espejo, en lo inmediato. Cualquiera sabe que es mentir, no así lo que se puede denominar como arte al hacerlo de uno, algo más allá que nuestra sombra.
Para mentir, aparentemente, no se necesita tener gusto. Para el arte, existe teoría del gusto. Tal vez para mentir; pero no, no nos confundamos. La vida diaria es el caldo y cultivo de la mentira, de mentir a los demás y mentirse asimismo por quintales y quintaesencias.
Se puede pasar la vida mintiendo y ganarse fama como mentiroso; uno se puede pasar la vida de siete gatos en un arte, consciente, aunque no se diga a nadie, que todo lo hecho no vale nada para nuestros contemporáneos y ni decir para el llamado futuro; podría llegarse a pensar que con el arte pasa algo diferente, que al igual que la vida.
No estoy seguro de que así sea. Se cultiva tal o cual rama; rama de un árbol sumamente frondoso es el arte, porque nos mentimos continuamente en torno a sus resultados. Mentirse que se está haciendo o se hizo algo “grandioso” en la labor artística es de lo más común, el lenguaje empleado lo dice todo.
Somos nuestra lengua. Si hay un arte “honesto”, ¿crecemos por dentro, convencemos a nuestros lectores, espectadores y contempladores? Todo va a depender de cómo nos expresamos, gestual, por escrito, por los colores, por la crítica o valoración positiva que se hace.
Al sentarse a escribir un poema, novela, cuento, de tal o cual tema nos mentimos asimismo porque es una forma de ilusionarnos y la ilusión es una manera de mentirse uno mismo.
Lo que se conoce como literatura romántica u otras, son estructuras de mentiras de pie a cabeza, en la valoración y consiguiente “posesión” del objeto amado.
El hecho mismo de “crear” un lenguaje de exaltación ya es una catedral de mentiras; cada movimiento artístico se expropia de una parte del anterior para edificar sus “mentiras”.
El simbolismo la convirtió en un mensaje subliminal; el vanguardista en una fe enfermiza sobre el futuro y todo futuro es un caos, de ahí sus vetas ramificadas en todos los órdenes psíquicos.
El clasicismo aparenta ser un traje a la medida a la psique que trabaja por dentro las simbologías que el artista traduce en palabras, colores, ritmos y dramas.
En la vida cotidiana mentir tiene otras consecuencias, provoca risas y apartamientos, distancias; en arte, son los otros que están equivocados. Quien se engaña asimismo en la ejecución de tal o cual obra o su vida, de antemano sabe su “fracaso”.
En arte todo tiene un efecto de “Se busca vivo o muerto”, el punto intermedio es un consuelo. Sabemos cuándo no andamos en el camino correcto, que nuestra escritura, cuadros, puesta en escena, no anda en el camino correcto y el camino correcto no son los reconocimientos por otros que mienten por cantidades industriales asimismo y a los demás.
En una gran labor de años se consigue una totalidad medianamente clara.
Novelas, cuentos, poesías, dramas escritos que nunca van a ser puesto en escena ni sirven ni para motivar a otros del mismo oficio a despertar y menos para sí mismo.
Cuando se miente al otro, no necesariamente lo hacemos a nosotros mismos.
Con cierta predisposición a mentir, las excusas que se sobreponen a lo interno del creador la “autocrítica” no es una de ellas, que es de vital importancia para seguir adelante haciéndose lo que se tenía que hacer e ir eliminando las hierbas parasitas de los frutos, y eso solo se consigue con una autocrítica.
Una obra realmente en ascenso va acompañada de la claridad en la ejecución de la obra, no importa que no se pueda explicar al exterior; hay una etapa del creador que, si se adelanta al trabajo y a los días, terminan por ejecutarlo.
Nuestra realidad en arte es todo un ejercicio de falta de visión en la ejecución de la obra, de no darse el tiempo por mentirse, asimismo.
La prisa no le luce a todo el mundo y, en una isla, que se puede abarcar con una mirada y pasos circulares hay que convertir la creación, su ejecución con más paciencia de la cuenta.
Convencer a pocos no tiene los mismos resultados que a muchos. La ilusión del éxito es el peor enemigo, hablando llanamente, del ejecutor del arte, el creador y su obra es otra cosa: una mentira piadosa.
El autor es escritor.
Por: Amable Mejía
amablemejía1@hotmail.com