Opinión

El cementerio

El cementerio

Leí con alegría que iban a restaurar el Cementerio Cristo Redentor, pero mi alegría desapareció cuando me enteré que ese no es el de la Máximo Gómez. Desapareció, porque en ese es que está la tumba donde descansan mi padre y mis tíos, una obra de arte para el 1955, porque el arquitecto fue Amable Frómeta, el mejor amigo de mi padre, y también destacado guitarrista.

Amable sabía que mi papá detestaba estar encerrado y diseñó la tumba con el cielo abierto y un área verde en el centro, donde siempre debía de haber grama y donde siempre debía de poder entrar con libertad la lluvia.

Cuando mi hermana regresó de los Estados Unidos, me pidió ir a visitar la tumba, espacio que no frecuento porque para mí los muertos siguen estando vivos y solo habitan en una dimensión que generalmente no percibimos.

Si estuviéramos atentos reconoceríamos sus guiños, como cuando algún intimo amigo de mi padre se encuentra conmigo en El Conde y me cuenta alguna anécdota, o me habla con nostalgias de esos tiempos de serenatas y bohemia.
La impresión que recibimos fue terrible. Habían desaparecido todas las fotos ¿Que harán con las fotos los ladrones, o serán los marcos?, los floreros, la cruz, los velones y se habían robado la rejilla del techo y la puerta.

De inmediato fuimos a ver al administrador quien nos dijo que no tenían manera de evitar el vandalismo, porque los muros del cementerio son demasiado bajitos y es fácil entrar por ahí al cementerio. También me dijo que habían recuperado muchísimas puertas y herrería solo agarrando a los ladrones en la calle, porque salían cargando las puertas como perro por su casa. Vaya al almacén de atrás, me dijo, a ver si encuentra su puerta, y efectivamente ahí estaba. Puede llevársela si quiere, pero le advierto que si la pone se la van a volver a llevar.

¿Qué hacer entonces? Le pregunté al herrero, quien hasta hoy guarda la puerta hasta que el Ayuntamiento eleve los muros, porque no es iluminación o arborización, es muros con alambres israelitas lo que se necesita. Y desde luego seguridad.

Mi hermana, que es pintora, sugirió la solución más efectiva, quizás la única posible: vamos a dejar la tumba abierta y vamos a pintar en las paredes el ramo de flores, la cruz y los velones. No creo que vayan a picar las paredes para robarse el diseño, aunque cuando Bárbara Bosch colocó un ramo de flores de plastilina en la tumba de sus abuelos no duró ni un solo día, alguien se la robó, ¿para quién?, quiero pensar que para una madre a la que no puede comprársela.

El Nacional

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