POR: Eduardo Álvarez
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A este punto teníamos llegar. Las anteriores entregas se concentraron, necesariamente, en el teatro y el cine. Fueron, hasta la implementación de las redes sociales, los medios de expresión más sociables y participativo. No necesariamente amigables. La televisión, la radio y la prensa no son del todo intimistas, pero se enmarcan en un plano individual o familiar que les impide competir con aquéllos en el plano participativo, permanente activo. Facebook es la vecindad que se nos escapaba con la forzada individualidad citadina, la aldea global, la iglesia, el retorno a clase, la pancarta política, la vecindad reencontrada, la iglesia, la fiesta. Somos tú y yo, uno al lado del otro, a pesar de la distancia, sin importar el idioma o religión que hablemos y profesemos. Es la fe.
Puedes encontrar manifestaciones tanto artísticas como chapuceras. De buen y mal gusto, sin que ello reste merito ni valor al mensaje ni a la insuperable promesa social representada en esta, la mayor congregación de individuos que registra la historia, pasando por religiones, partidos políticos, sindicatos, en fin, toda agregación alrededor de un propósito. Tanto en Facebook en Twiter la intención es social. Los segmentos que deriven de este propósito responden a las mismas categorías gremiales o sociales conocidas. Pero esto es ya otra cosa.
Lo que si debemos resaltar en esta novedosa y abrumadora forma de comunicación social es la falta de una efectiva dirección, a los fines de optimizar y administrar los resultados. La empresa manejadora de este portal recurren la censura o vigilancia, probablemente precaria dado el número de usuario. Sin embargo, es imposible que pueda trazar directrices en esas mismas razones. A lo cual se suma el carácter abierto, incluyente e interactivo de este escenario global, sin fronteras. Facebook ronda ya los mil millones de usuarios en setenta idiomas. Las posibilidades superar las necesidades, por tanto los intereses, que en este caso quedan atrapados en los tradicionales conglomerados cuyas promesas de venta se basan en la fe, la esperanza de una mejor vida y la seguridad. Iglesias y partidos políticos se habían repartido esta cuota, con promesas que parecen haber quedado atrás frente a las agresivas incursiones de las redes sociales.
Mark Zuckerberg, Eduardo Saverin, Chris Hughes y Dustin Moskovitz, sus fundadores, no tenían la mínima idea de la explosión social que estaban anidando. La compra del portal de chateo Whatsapp constituye una apuesta diferente, la que ha despertado más de de una conjetura sobre el enorme poder de Facebook. La suma que envuelve la operación, $19 mil millones de dólares, es caldo de cultivo para dar rienda suelta a las más variadas e increíbles especulaciones.

