Patrones éticos y morales predominantes por siglos en la civilización occidental se derrumban en un abrir y cerrar de ojos como si de verdad se vivieran los últimos días de la historia para dar paso a un nuevo engendro humano diseñado para servir a una sociedad de desbordado afán de lucro y consumo en la cual decencia e integridad sean solo piezas de museo.
La televisión, uno de los más extraordinarios inventos, que ayudó a transformar los conceptos educación, cultura, ciencia y comunicaciones, pero que ha sido también inquilino de difícil adecuación en el seno de la familia, pues la mayoría de las veces pretende asumir roles de padre o madre e influir decididamente en la conducta de hijos y mayores.
Ya no se sabe con precisión quién en realidad educa o forma al niño y al adolescente, si los padres, el maestro, la televisión o la Internet, otra creación humana que coloca el mundo en la palma de una mano pero aleja años luz la comunicación entre sí a los integrantes del núcleo familiar.
Son muchos los gobiernos que imponen o intentan imponer censura a las redes sociales y a la televisión, pero solo en afán de mantener sus dominios políticos sobre la población y evitar repeticiones como la Primavera Árabe o los Wikileads, en los cuales la tecnología de la comunicación en manos del ciudadano ordinario se impuso a las cañoneras.
Las reflexiones precedentes sirven para llamar la atención a la sociedad dominicana sobre el frecuente bombardeo de acciones y expresiones a través de medios televisivos que en términos jurídicos constituyen atentado al pudor, especialmente porque se difunden en horario diurno, cuando niños y adolescentes están frente al receptor.
La radio ha sido objeto también de severa distorsión en la sanidad del mensaje, pues el arte del buen hablar ha degenerado en proferir obscenidades o expresiones afrentosas, incompatibles con el inquilino de referencia que pernocta al mismo tiempo en diversos lugares del hogar.
Es poco lo que desde el Estado se puede hacer para disminuir los efectos nocivos del uso sin control del Internet y redes sociales, por lo que corresponde a la familia instalar un fortín moral para proteger a sus hijos del bombardeo de sexo, libertinaje y consumo excesivo que se produce por ese novísimo instrumento de comunicación.
Sin referir por ninguna razón la palabra censura, se reclama que autoridades, gremios de periodistas, productores, artistas, asociaciones de locutores, gremios de empresas de comunicación y la sociedad toda encaminen una cruzada para erradicar el uso de lenguaje soez o afrentoso y de imágenes o escenas que atenten contra el pudor en radio y televisión.

