El liderazgo que se levanta sobre las inseguras alforjas de la dádiva y de cierta complicidad numinosa deviene efímero.
Los líderes auténticos no suelen temerle a la publicidad adversa a la que ven atada a todo proceso de crecimiento y al sistema de equilibrios y de choques de pareceres que se conoce se ejerce como dialéctica de causa y efecto.
El liderazgo natural es fácil de identificar, puesto que quienes lo asumen se muestran auténticos, éticos, capaces de convertirse en ejemplo y de asumir los primeros y más difíciles sacrificios.
El liderazgo dudoso se afianza en cierta indiferencia y en cierto anhelo de publicidad interesada, en el silencio negociado, en la imprudencia y en la penosa indolencia trágica. Cuando se tiene que repartir emolumentos partiendo del ejercicio del poder y procurando equilibrios dudosos como hacen las aves carroñeras, las fieras y los corsarios u otras especies raras, hay ahí una clara muestra de inseguridad personal.
Todo liderazgo ha de distribuir primeramente confianza y procurar ser amado menos que temido para que en los momentos más terribles de las batallas no haya dudas de a quien se debe seguir pese a todo.
De ahí que instrumentos de trabajo como el soborno, el cohecho, el ablandamiento por medio de la violencia de la coersión política, el silencio adquirido a precio de agredir con las disolutas y sucias papeletas, no forjan más que formas caudillescas.
El caudillismo es una fatalidad histórica en la República Dominicana.
Ha detenido y revertido la historia, la ha desviado, la ha impregnado del malestar presidencialista enfermando sus consecuencias inmediatas.
Pretender que un hombre orquesta y no una comunidad despierta y entrenada es suficiente para guiar por siempre (¿pero qué designa el vocablo siempre a los fines de procurar la verdad y la razón última?) el destino de una nación. Los seres humanos son volubles, epocales y limitados en el tiempo.
La nación precisa la perdurabilidad aún en medio de colapsos y cataclismos.
En el decálogo del ejercicio político la palabra siempre puede constituirse en una estratagema útil para levantar el ánimo de los pueblos con elocuencia ilusoria pero no sirve a los propósitos de la cambiante realidad.
Ese tipo de operaciones que convierte a comunicadores, cuentistas y políticos en propagandistas y ya no en referentes de una sociedad en peligro de disolución como es hoy la dominicana, fulmina cualquier proyecto destinado a perpetuar el nombre de una figura pretendidamente histórica.
El río del tiempo se llevará en sus corrientes la vanidad momentánea, la egolatría de dudosos efectos mediatos e inmediatos y los proyectos que no tienen bases firmes en la roca sino en la ciénaga y la ganga delictiva que pretende erigirse en virtud prefabricada diseñada por la costosa publicidad indiferente al dolor y poblada de indolencia cautiva.
La torpeza que consiste en amurallar y blindar lo imposible que es el devenir es lo que ha aportado el sentimiento de lo trágico en el alma de los dominicanos.
Se podría decir que el pesimismo subyacente entre tanta gente, ese inconformismo en cierto modo justo tiene sus causas en una preparación y maquinación por aquellos que no ven otra manera de progresar que haciendo valer su poder y sus egos bipolares arrebatándole el derecho a la felicidad que es connatural a las mayorías.
Las políticas suelen diseñarse no para favorecer a la gente sino para decepcionarlas mientras se trabaja arduamente para que los menos lo tengan todo. Esa es la mejor de las fórmulas para condimentar los factores de revuelta, de disensión violenta y de estallidos sociales de consecuencias funestas o imprevistas.
Uno de los factores de la llamada violencia intrafamiliar se asienta ahí: al no expresarse políticamente, ya que no hay un liderazgo seguro y confiable, se insume, implosiona en el hogar, se puebla de contradicciones que terminan regularmente en tragedia.
EL DATO
Lo revolucionario
Lo que se diseña para el cambio, resiste los estragos del tiempo.

