En términos de percepción, el doctor Mariano Germán Mejía que hoy conocemos como presidente de la Suprema Corte de Justicia (SCJ) no es ni siquiera la sombra de lo que fue en 1998 cuando ocupó el cargo de procurador general de la República.
Como procurador general de la República dejó una impronta de respeto, decoro y dignidad que hoy se ve manchada con una serie de escándalos y lodos lanzados sobre su buen nombre.
Su comportamiento con la prensa y su accionar en la Procuraduría General de la República fue tan brillante que motivó a que los reporteros de esa fuente, encabezados por quien esto escribe, le entregaran un pergamino en reconocimiento a su labor.
De Germán Mejía como procurador general de la República recuerdo cosas como aquella que una vez le dijo a un funcionario corrupto del gobierno del doctor Leonel Fernández durante un acto público, en presencia del presidente.
El funcionario, que por razones obvias no hacemos uso de su nombre, se le acercó a saludarlo y Germán Mejía le respondió, sin vacilación, con una frase que dejó a todos los presentes pasmados: “Yo no saludo corruptos, c…”.
Al otro día renunció como procurador general de la República indignado porque no se le dio curso a la solicitud de procesamiento judicial que hizo contra ese y otros funcionarios del gobierno de ese entonces.
Para mí, que lo conozco desde hace tiempo, ese es el Mariano que fue, es y seguirá siendo hasta su muerte; un hombre intachable que pocos en este país pueden ponerse su calzado.
Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre el Mariano procurador y el Mariano presidente de la Suprema Corte de Justicia?. La respuesta se las voy a dar de inmediato: El Mariano procurador tenía un acercamiento total, casi de hermandad con los periodistas, y el Mariano presidente de la Suprema Corte de Justicia no lo conocen los periodistas de la fuente.