La educación es la base del desarrollo de los pueblos, y como en esa área no andamos bien, es muy fácil entender por qué estamos tan mal.
Cuando se busca el porqué del bajo nivel educativo y cultural de nuestros estudiantes, casi todos apuntan la misma cosa: “Es que no hay dinero”. Y bajo ese cuento casi sibilino se escudan los responsables, adormeciendo al pueblo. ¡Cuánta ignorancia y qué barbaridad! ¿Acaso no ha flotado Cuba en la pobreza por décadas y, a pesar de ello, sus estudiantes exceden a los nuestros a un nivel que ni siquiera admite comparación?
El problema de la educación en República Dominicana no es fundamentalmente de dinero, sino de la forma como ha sido enfrentado desde tiempos inmemoriales. Cada vez que el Gobierno (y los que han precedido a este también) inaugura, por ejemplo, una escuela o una pequeña biblioteca y pone unos libros en un estante con una computadora al lado como “prueba de desarrollo” en materia educativa y cultural, se está engañando a sí mismo, engañando a la gente o ambas cosas a la vez.
Su acción se compara con la historia de aquel tonto que se llevaba muy alegremente a su casa las hojas de las batatas sin saber que su fruto está debajo. En consecuencia, como no cavamos profundo en este problema, nos quedamos siempre con muchas hojas y sin batatas, es decir, no resolvemos nada, y así seguiremos: teniendo estudiantes mediocres por los siglos de los siglos sin amén.
El problema de la educación dominicana se resume en dos puntos: los materiales con los que se enseña y los responsables de enseñarlos (los profesores) son de baja calidad y luego, las instituciones llamadas a cambiar esta situación (el Ministerio de Educación y el de Cultura) trabajan en forma de elipse en vez de moverse en línea recta.
En cuanto al primer punto, basta con ver los libros de textos que usan los estudiantes para entender el problema. Hace ya un par de años, fisgando entre los libros de mi sobrino, me encontré con un manual de caligrafía cuyas letras están supuestas a ser imitadas por los estudiantes para aprender el arte de escribir bien.
La calidad de las letras que presentaba ese manual no roza ni siquiera el 20 por ciento del manual Palmer con el que mi generación aprendió a escribir, con lo cual muchos de nosotros ganamos no solo el elogio, sino también la amistad de nuestros grandes catedráticos de Letras en la UASD. Como eso hizo saltar la alarma, en vez de fisgonear empecé a escudriñar sus libros de textos.
Tenía un libro de física en cuyas páginas trataba un tema con solo palabras, sin un ejercicio y una fórmula en el centro con carácter decorativo. Y ahora yo les pregunto: ¿Qué rayos están aprendiendo los estudiantes ahora? ¿Física teórica? ¿Física matemática? No, una física verbosa que no sirve para nada. Y lo más triste es que a su edad, los de mi generación tenían un libro de física completamente lleno de ejercicios y un profesor de muy probada calidad.
Clarifico la idea para que aquellos que siempre “se empeñan en entender lo contrario” no encuentren razones para la crítica. No estamos opuestos a que los materiales educativos sean elaborados por profesores y expertos dominicanos, sino que deben seleccionarse los que tengan la mayor calidad, independientemente de dónde provengan o quién sea el autor, pues de no hacerse así, todo va en detrimento del aprendizaje de los estudiantes, y sobre todo, porque esa situación huele más a beneficio económico personal y satisfacción de ego que a cualquier otra cosa.
A eso, hay que añadir la necesidad de mejorar el nivel de los profesores, en especial, los que trabajan en las provincias y campos de estas. Y para que no vengan otra vez con el cuento de que no hay dinero, presentamos otras alternativas que se convierten igualmente en incentivos, como si fuesen un aumento de salario: cursos de formación gratis, acceso gratuito al transporte público, reducción de la cuota de pago mensual de sus hijos en el colegio, entre otras posibilidades.
El Ministerio de Educación y el de Cultura en nuestro país se han quedado dando vueltas como los trompos. Por esa razón, las actividades que realizan son las mismas todos los años, al igual que los servicios que prestan.
Observen como España no escatima esfuerzos en tratar de obtener la acreditación de nuevos patrimonios de la humanidad cada año al presentar nuevas propuestas. ¿Y saben por qué? Porque con cada añadido, España aumenta el número de turistas en ese país y genera mucho dinero con sus visitas.
Ya el Gobierno sabe dónde está el verdadero problema y tiene aquí algunas pautas para resolverlo. Trabajemos por la educación de nuestros hijos si queremos un país con desarrollo sólido y permanente, pues el no trabajar en la educación es como apostar a la suerte comprando un billete de lotería, y en la lotería, casi todos pierden.
El autor es periodista

