Opinión

El silencio de los dioses (I)

El silencio de los dioses (I)

POR: Chiqui Vicioso
luisavicioso21@gmail.com

 

 

Estudiante ignorante de su propia historia, de esa que no nos enseñan en los libros de texto, arribe adolescente a Nueva York, ciudad que en su belleza aun me sobrecoge, sobre todo a esa hora en que el sol enciende todas las vidrieras, y todo el azul y todo el rosa, el amarillo y lila de la tarde, desciende para suavizar la duras aristas del cemento.

Afortunada, llegue a Nueva York en plena revolución educativa, cuando negros y caribeños impusieron con su masiva presencia y organización, el acceso de las minorías a las universidades. Allí entre en contacto por primera vez con la inmensa generosidad caribeña, y puedo afirmar que descubrí que El Caribe era algo más que las Antillas Mayores, y que Haití, a cuya espaldas vivimos, estaba apenas a cuatro horas de distancia y era también Caribe.

Y, ¿Por qué digo que es allí, en Nueva York, donde descubro al Caribe y por ende a uno de sus mejores historiadores y cronistas?
Porque en esa época la mayoría del pueblo dominicano lo que conocía de Juan Bosch era su trayectoria política. Su fundación y posterior dirección del PRD; su exilio y lucha anti-trujillista, y luego su regreso al país, su elección como primer Presidente democrático, después de la dictadura más cruel de América, y su posterior derrocamiento. Es decir, conocíamos al Juan Bosch político, ese que siempre estuvo sometido al asedio del arte y la literatura como presencias problematizantes de una elección entre su alma de poeta, cuentista y novelista, y su deber como dirigente político. Un artista que descubre, via la reescritura de las memorias del educador y patriota puertorriqueño, Eugenio Maria de Hostos, su vocación como el político dominicano más importante del siglo veinte. Dice Don Juan:

“Si mi vida llegara a ser tan importante que se justificara algún día escribir sobre ella, habría que empezar diciendo: nació en La vega, Republica Dominicana, el 30 de junio de 1909, y volvió a nacer en San Juan de Puerto Rico a principios de 1938, cuando la lectura de los originales de Eugenio María de Hostos le permitió conocer que fuerzas mueven, y como las mueven, el alma de un hombre consagrado al servicio de los demás”.

Eugenio María de Hostos, quien siendo puertorriqueño figura por derecho propio entre los cinco forjadores de la patria dominicana, había logrado encender en Don Juan, con sus textos un amor por El Caribe que ya se atisbaba en sus cuentos, relega a un segundo plano “ las primeras manifestaciones de su rica sensibilidad de artista –que fueron las plásticas- y que quedaron abandonadas al comprender que aquella servia mejor a lo que era su concepción social.

El Nacional

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