El pasado mayo se cumplió el primer aniversario de la muerte del líder conservador finlandés Ingvar Samuelsson Melin, amigo solidario del pueblo dominicano, que supo servir a nuestra nación sin pasar facturas. Con dignificante generosidad puso su prestigio al servicio de importantes causas nacionales. También se cumplieron 40 años de mi exilio político en Suecia.
Con motivos tan valederos Ledys y yo marchamos a Estocolmo para reencontrar los lagos y bosquecillos en los que solíamos pasear durante los años de estudiantes. Empacamos nuestras cámaras fotográficas añorando el colorido de la floresta primaveral del Olimpo ecológico escandinavo. Ansiábamos además cruzar a Helsinki para abrazar a Marina Lindqvist, la compañera de nuestro amigo Ingvar y colocar una flor en su tumba, la mejor manera de empezar a celebrar las cuatro décadas de nuestra unión matrimonial, en un escenario de hondas emociones, recuerdos de inaudito valor humano y experiencias de vida de extraordinaria significación.
Conocí a Melin en 1987. En aquellos años ya había leído las tesis de Gunnar Myrdal. Solía estudiar cada reporte de las naciones que apuntalaban estrategias para salir del subdesarrollo y de todas, Finlandia era el caso más excitante. Habiendo sido una nación pobre hasta principios del siglo pasado, algunas décadas después, paso a encabezar los niveles de calidad de vida y estabilidad socio-económica de Europa.
De la primera visita de Melin me enteró don Máximo Pellerano, cónsul de Suecia, quien me dio algunas noticias a propósito del currículum político del entonces director ejecutivo del gremio empresarial de su país y destacado parlamentario, que había sido ministro de Defensa y de Finanzas del presidente Urho Kekonen.
La misión del ilustre parlamentario coincidió con los primeros meses de la remodelación de Villa Juana. Se me ocurrió recibirlo allí, en el escenario de la renovación del centro geográfico y social de la capital. Melin quedó impresionado con la vocación desarrollista del doctor Balaguer y se enamoró de la República Dominicana a la que supo ponderar en los círculos financieros y políticos de su época, nos dijo al oído el potencial del turismo ruso y la importancia de salir al frente al desorden de las ciudades.
Para la época ya se empezaba a padecer el drama de la anarquía urbana, por lo que ponderamos el papel que habría de jugar el Expreso V Centenario en el gran Santo Domingo y por ósmosis hablamos de estudiar la eventual construcción de un Metro en la capital. Melin insistió en que un eficiente sistema metropolitano de transporte habría de contribuir a revertir el desorden en la ciudad y potenciaría la modernidad de Santo Domingo. A pocas semanas me formuló una invitación oficial para visitar el Metro de Helsinki al que accedí en busca de experiencias de primera mano que habría de complementar con visitas a Guayaquil, Chacao, Estambul y otras ciudades análogas a Santo Domingo.
Tras la visita a Helsinki y a las ciudades en las que se construyeron Metros, quedé convencido de que una obra de ese género reeditaría beneficios a la organización del entramado urbano y contribuiría a detener el desorden que aberra la vida en la capital dominicana. Consolidé el entendimiento de que la anarquía citadina es caldo de cultivo de la delincuencia y la marginalidad cataliza el crimen.
Churchill afirmó en un congreso urbanístico que Los hombres nos ufanamos de construir las ciudadaes sin reparar en que son las ciudades las que hacen a los hombres.
Organizar una ciudad en la que la vida sea digna, tiene que pasar entre otros prerrequisitos por una concienzuda normatización del transporte urbano.
En el otoño de 1987 remití a Finlandia el estudio de tráfico que hizo la Frederick Harris. Melin gestionó expertos para asistirnos en la conceptualización de un eventual proyecto que en su trazado preliminar discurría a lo largo de la JFK y se insertaba en el Expreso V Centenario con dos niveles de explotación, Troly en la práctica totalidad del trazado y algunos tramos de operación subterránea.
En 1989 bosquejamos un esquema para someterlo a la consideración del jefe del Estado a pesar de que un sector importante de la sociedad se oponía militantemente a «las obras de relumbrón, a todo cuanto implicara varillas y cemento.

