Los dominicanos conmemoran hoy el excelso día cuando un suceso memorable los coloca en el mapa mundial como gentilicio de una nación libre y soberana, fundada sobre el principio de Dios, Patria y Libertad, con el ineludible designio de que se hundiría la isla antes que esclava o subyugada.
Hoy es el día cuando el orgullo patrio se eleva al infinito y generaciones presentes exhiben los frutos del histórico y singular suceso ocurrido la noche del 27 de febrero de 1844 al escucharse el estruendo de un trabucazo que proclamó el nacimiento de República Dominicana, con bandera y escudo propios.
El genio de Duarte, la reciedumbre de Mella y el arrojo de Sánchez fueron como antorchas que iluminaron un conglomerado de hombres y mujeres a participar con denodado entusiasmo y espíritu de sacrificio a esa empresa redentora que marcó la separación por siempre de Haití, la fundación de un Estado nacional.
Aparte del hito histórico que representó el poner fin a una dictadura foránea, que durante más de dos décadas impuso el terrible designio de una isla única e indivisible, los dominicanos de hoy no deberían olvidar que la consolidación de la república conllevó mucha sangre, sudor y lágrimas.
En ese huerto patrio nació la cizaña de la traición alentada por ramificaciones de discordia, indecisión o dudas de quienes nunca creyeron en la reciedumbre de los dominicanos para defender y mantener a la naciente independencia, por lo que hubo que retomar sables y espada para luchar contra el coloniaje español.
La historia republicana de esta tierra de primacías está repleta de episodios relevantes que marcan la irreductible decisión de sus mejores hijos de defender y proteger la heredad duartiana, como lo demuestran las epopeyas de Santiago, Azua y el Grito de Capotillo.
Hoy es el día cuando buenos y auténticos dominicanos renuevan votos de adhesión indisoluble con los ideales que legaron los fundadores de una república libre e independiente, sostenida en el anhelo de una democracia garantista de derechos individuales y sociales.
En la absoluta certeza de que como ayer, hoy y siempre la bandera tricolor ondeará en el firmamento nacional en señal de que República Dominicana es y será una patria libre e independiente de toda potencia extranjera, sin importar si reverdece la cizaña de la traición.