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Efraim Castillo

Así escuchó mi voz la dulce abuela de Mao con sus oídos de ángel, haciendo renacer en mí el destello de la patria oculta, esa trémula sensación de que algo me era ocultado por todos, a excepción de Fernandito, a quien confié los secretos de mis sueños y anhelos.

La patria oculta la presentí en el trasvase de mis alegrías y ofuscamientos. La patria oculta se volvió una obsesión que se enroscó a mi garganta y afloraba en cada salida de sol, en cada historia narrada desde la Biblia; y fue Josué (o Yehoshúa) quien introdujo en mí la intranquilidad que me asediaba cuando le leía a la dulce abuela de Mao las sagradas escrituras, pero nunca se agolparon en mis pensamientos señales de venganza cuando me gritaban: «Haitianito, lárgate para Haití».

Mi agitación siempre provino de mis pesquisas sobre qué hacía allí, entre gente que sabía no era la mía. Pero cuando los improperios me asediaban, la voz de la dulce abuela llenaba mis congojas y entonces acudía a su lado y ella, sonriente, me pedía casi como un susurro:

—¡Léeme otro pasaje de la biblia, mi negrito!

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Y yo, mirando aquellos ojos bondadosos, aferraba el libro entre mis manos, abría uno de sus pasajes favoritos y le leía:
«Sucedió después de la muerte de Moisés, siervo de Yahveh, que habló Yahveh a Josué, hijo de Nun, y ayudante de Moisés, y le dijo: «Moisés, mi siervo, ha muerto; arriba, pues; pasa ese Jordán, tú con todo este pueblo, hacia la tierra que yo les doy (a los israelitas).

Os doy todo lugar que sea hollado por la planta de vuestros pies, según declaré a Moisés. Desde el desierto y el Líbano hasta el Río grande, el Éufrates, (toda la tierra de los hititas) y hasta el mar Grande de poniente será vuestro territorio. Nadie podrá mantenerse delante de ti en todos los días de tu vida: lo mismo que estuve con Moisés estaré contigo; no te dejaré ni te abandonaré.

Sé valiente y firme, porque tú vas a dar a este pueblo la posesión del país que juré dar a sus padres. Sé, pues, valiente y muy firme, teniendo cuidado de cumplir toda la Ley que te dio mi siervo Moisés. No te apartes de ella ni a la derecha ni a la izquierda, para que tengas éxito dondequiera que vayas. No se aparte el libro de esta Ley de tus labios: medítalo día y noche; así procurarás obrar en todo conforme a lo que en él está escrito, y tendrás suerte y éxito en tus empresas».

Siempre que le leía desde el versículo primero al noveno del libro primero de Josué, la dulce anciana llamaba a su nieto Nandito, quien era su adoración, lo sentaba a mi lado y nos obsequiaba jalea de leche con panecicos, que ella encargaba con uno de los criados al Cruce de Guayacanes y Cacique.