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Porque —como producto cultural— la novela histórica y más aún la novela histórico- biográfica, no puede estructurar la colisión desechando aquello que, por minúsculo que
resulte, enlaza la acción a una consecuencia del discurso dialéctico.
Así, para escribir una novela biográfica sobre Santana, se tendrían que enfrentar sus acciones bélicas con sus retornos a los hatos del Este, ya que esos descansos, esos espacios entre la actividad guerrerista y los acontecimientos donde se ensamblaron los nuevos proyectos dominicanistas, no podrían ser pasados por alto por el novelista.
Asimismo, en la educación de Trujillo, en sus primeras actividades sociales, no podría soslayarse su trabajo de telegrafista, la cual representaba entonces —en la naciente comunicación electrónica— la importancia de la información cibernética de hoy.
El telégrafo, como una actividad histórica del desarrollo tecnológico humano, forma parte del trazado biográfico de Trujillo y es un fragmento documental de alto valor en una investigación para novelar su biografía.
Sin embargo, ya sea porque el recuerdo de Trujillo aún está muy fresco en la memoria que recién se archiva, o porque las heridas producidas por el dictador no han cicatrizado aún, el tratamiento literario que ha recibido el trujillato no ha estado desvinculado de rencor, de venganza (y es preciso que lo apunte), de injusticias. Esto, la franja inteligente del país, lo debe comprender: los que participaron en la muerte de Trujillo, así como los cómplices históricos de la tiranía, han tratado de sepultar en el olvido sus colaboraciones y sellan sus testimonios a través de un silencio que se hace encubridor de la verdad histórica.
Al mismo tiempo -algo que la propia historia sacará a flote algún día-, estos canallas también obstaculizan voces, testimonios, empeñándose en ocultar lo inocultable.
La mayoría de los proyectos novelísticos que se han publicado en el país sobre Trujillo y su dictadura ha tratado de violentar la noción biográfica a través de una superposición estructural de su vida.
Esto podría desprenderse del mal manejo de la novela que, como género literario, no se ha organizado razonablemente entre nuestros narradores; sobre todo, en lo que toca a lo contradictorio, esa sustancia que motiva las colisiones. Por eso, la mayoría de los textos que se inscriben en este género reflejan, o un afán de aumentar el número de páginas, o un vacío conceptual en la metodología del plan esbozado.
Pero esto tiene su explicación si se estudia la historia literaria del país y se arriba al convencimiento de que adolecemos de una tradición novelística. La historia de nuestra literatura está llena de poetas y periodistas enganchados a ensayistas, los cuales han abordado la novela, pero nunca como un oficio. Y ese vacío forma parte del hueco conceptual de hoy; la heredad de una praxis que consiste en hacer novela por hacer novela, violentando su estructura y el lenguaje que ordena su categorización, su sentido polisémico. De ahí, a que esté atrapada en una mixtura que la ata al relato, al cuento.