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Ficción en reforma

Ficción en reforma

Luis Pérez Casanova

Con la reforma de la Policía se han exagerado las expectativas. La transformación se ha vendido como si se tratara de la panacea para acabar con los crímenes y abusos en que con frecuencia incurren los agentes, y la respuesta para convertir al desacreditado cuerpo en un modelo de eficiencia, disciplina y respeto a los derechos ciudadanos.

Las funciones de la institución son tan extensas y variadas, que cualquiera se confunde con la reestructuración que se enarbola para que juegue su papel como garante del orden público.

La Policía se define como un cuerpo armado, técnico, profesional y obediente del poder civil, cuya misión esencial se reduce a salvaguardar la seguridad ciudadana; prevenir y controlar los delitos; perseguir e investigar, bajo la dirección del Ministerio Público, las infracciones penales, entre otros objetivos.

Para cumplir con esas funciones no se necesita una reforma, sino autoridad. Hoy, por la permisividad y la corruptela que han caracterizado sus actuaciones la institución ha devenido en una isla de poder en que sus miembros responden más a intereses personales, políticos o grupales que a las normas internas.

La reforma puede ser necesaria para hacer de la Policía un cuerpo civil y no armado. Pero no es verdad que para terminar con la corrupción, que es uno de sus principales males, hay que propiciar una transformación. Son muchos los miembros del cuerpo (no solo los altos oficiales) que detentan bienes a la vista de todos que no se corresponden con sus ingresos ordinarios. La gerencia ha sido la gran ausente en la historia de una Policía que insiste como cultura en la utilización de la fuerza y métodos represivos para garantizar el orden o preservar la seguridad ciudadana.

Ante la vieja y la nueva delincuencia, la Policía necesita métodos y equipos modernos. Pero para dotarla de los instrumentos para prevenir y perseguir infracciones no hay que esperar la aprobación de una reforma. Basta con un inventario para determinar los recursos logísticos, tecnológicos y humanos se requieren para que cumpla sus funciones con más eficiencia.

Con una dosis de buena voluntad la Policía puede ser reencauzada sin esperar ninguna ley o un pacto por la profesionalización, la seguridad y el orden público.

El cuerpo ya no cuenta con la impunidad que disfrutaba en otros tiempos ni tampoco es el cuco de la población. Tal vez, al estilo varios países, haya necesidad de una reforma como la que se pretende con el Ministerio Público, para que por lo menos tenga más independencia, pero por ahora basta con que cumpla con sus funciones sin presión alguna. Hay que dejarse de ficciones, al menos si lo que se procura es una policía nacional y no espacial.