Sin haber sentido sus pasos, de repente, la vi debajo del dintel de aquella desvencijada puerta. Minuciosamente, observó el angosto espacio de aquel cuartucho dividido en dos espacios. En él vivíamos, precariamente, cuatro jóvenes.
Miró con disimulo mi torso, para luego exclamar: “pero usted parece un luchador”. Y vino la tanda de reclamos porque hacía un tiempo que no daba nada para la manutención de Lenin Arturo; a la sazón, mi unigénito.
Yo estaba desempleado, y me debatía en si seguir con la música, el deporte o, de lo contrario, continuar con el periodismo. Por entender en aquella época que la farándula era un mundo contaminado. Me afinqué en el periodismo. ¿Me habré equivocado?
Dominga Jones Alcalá –Rosita-, falleció hace poco. Era una emblemática y enérgica mujer que nació en Samaná. Si no la mayor, era una de las más avanzadas en edad, de nueve hermanas.
Agradezco a Rosita en lo ignoto en que se encuentre
Realmente, fue la abuela y madre de mi hijo, al que se dedicó con mucho esmero. Rosita fue quien lo formó. Por diversas circunstancias y actitudes, ni Marcia –Pollita- ni yo, nos ocupamos como era debido de ese robusto muchacho. Lenin Arturo llegó cuando en su familia de la calle Caracas 27, en el sector de Villa Francisca, Santo Domingo, había un reguero de hembras. Fue todo un acontecimiento.
Asistí al velatorio de Rosita en Brooklyn. Aunque hace mucho que no rezo, entre oraciones por la paz de su alma, oí diversas anécdotas sobre quien fue ella en vida. Vi a mi hijo compungido y casi sollozando, hablar de las bondades de su abuela-madre. ¿Pero, yo qué puedo hacer? Solo me queda agradecer a Rosita, en la dimensión de lo ignoto en que se encuentre.