Padres y tutores son eje básico en la composición de la comunidad educativa porque sin su concurso no sería posible que el maestro cumpla con el compromiso de formar y forjar al estudiante en conocimientos y valores, razón por la cual se define como una tragedia la ausencia de alumnos en las escuelas públicas por irresponsabilidad de sus mayores.
Durante la primera semana de reapertura de docencia, después de casi un mes de asueto por las festividades de Navidad, Ano Nuevo y Reyes, la mayoría de los planteles acusaron escasa asistencia de escolares, a pesar de que los profesores asistieron puntualmente a las aulas. ¿Se quiere desdicha mayor?
¿Cómo avizorar futuro cierto en una nación donde tantos padres no envían a sus hijos a la escuela? ¿Cómo reducir la mentada brecha social si los niños de hogares pobres apenas reciben en promedio dos horas y media de clases?
Tanta vergüenza como pesar causa saber que propios progenitores clavan daga de ignorancia sobre el cerebro de sus hijos al impedirles no asistir a la escuela donde han de recibir el sagrado pan de la enseñanza, para con el tiempo colocarse las manos sobre la cabeza cuando en vez de ciudadanos probos y útiles, sus vástagos se degradan a la condición de carga social.
El pretender por su cuenta extender el período de vacaciones escolares y provocar retrasos en los programas de docencia básica constituye un acto inmoral, indecente, impropio de un padre, una madre o un tutor, que por demás causa daño irreparable a los afanes de una nación por recuperar tanto tiempo perdido.
Los colegios privados recibieron en el primer día de reapertura de docencia a casi todos sus estudiantes, mientras las escuelas públicas se mantienen aún semidesérticas por imperdonable falta atribuida a padre y tutores que deberían ellos retornar a las aulas del preescolar para que abreven en manantiales de auténticos valores cívicos.
El Ministerio de Educación no debería pasar por alto la imperdonable falta de muchos mayores de no enviar a sus hijos a la escuela, porque alguna ley u ordenanza debe existir para castigar o censurar tal inconducta que causa atrasos en los esfuerzos por recomponer el tejido social de la República.
Ojalá que una severa reprimenda a padres y tutores que faltaron a su deber sirva para conjurar el déficit de conciencia que acusa la sociedad dominicana respecto a la extrema importancia de promover un tipo de docencia intensa y de calidad en la cual los estudiantes no pierdan ni un minuto de clases, menos por causa o culpa de hombres y mujeres que parece no han alcanzado la adultez.

