La guerra que ha surgido entre el grupo islamista palestimo Hamás e Israel tiene que ser detenida lo más pronto posible antes de que se agrave con la entrada en escena de otros actores.

El reto es para las potencias que, con Estados Unidos a la cabeza, siempre han tenido las narices metidas en el conflicto palestino-israelí que ha desterrado la paz en Medio Oriente.

Israel reaccionó con intensos bombardeos y fuego de artillería al sorpresivo ataque con misiles por aire, mar y tierra del movimiento Hamás, que en adición a los más de mil muertos, ha dejado miles de heridos y varios secuestrados. Más de 400 palestinos murieron por los ataques de Israel y cientos han resultado heridos.

La declaración de guerra demanda la mediación de las potencias para evitar tanto la muerte y lesiones de víctimas inocentes como la propagación de la confrontación.

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El problema no es solo del Medio Oriente. Se teme que a causa de la conflagración el mundo, que ya tiene bastante con la invasión de Rusia a Ucrania, vuelva a caer, al menos con más intensidad, en las garras de las tensiones y la incertidumbre.

Los aliados de las partes tienen que mover sus hilos para liberar a la convulsa zona y el resto del planeta de una guerra que dejará muertes, destrucciones y miedo. Israel ha advertido que necesita seguridad, a lo que tiene pleno derecho, y no lo estará hasta que el grupo Hamás sea neutralizado.