Desde que Israel bombardeó la sede del consulado de Irán en Damasco, causando la muerte de siete miembros de la Guardia Revolucionaria, era un hecho la respuesta bélica del Gobierno islámico.
El presidente estadounidense Joe Biden había advertido que esa respuesta con drones y misiles ocurriría en cualquier momento.
El ataque iraní no es más, en definitiva, que otro ingrediente en el cóctel explosivo que es el Medio Oriente.
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Desde los ataques terroristas del 7 de octubre del grupo Hamás contra Israel la tensión en la convulsa zona no ha hecho más que elevarse. Y más todavía con la guerra de exterminio del pueblo palestino que ejecuta el Gobierno sionista de Benjamín Netanyahu.
Con la reacción de Irán el episodio no puede reducirse a que los drones y misiles fueron rechazados por la cúpula de hierro israelí, porque lo inquietante es la acción.
Las funestas consecuencias están por verse de no mediar la diplomacia. Lo dice todo que Israel, que tiene armas nucleares, ha recibido el respaldo de Estados Unidos y sus aliados, pero Irán, que también cuenta con arsenal atómico, tiene el apoyo de potencias como China y Rusia.
