Editorial

 Juego de muchachos

 Juego de muchachos

El fracaso de la huelga general  convocada para ayer debería servir de lección a mentados grupos populares para no incurrir de nuevo en aventuras o delirios políticos que colisionan con realidades objetivas o pretender narigonear a la población para conducirla por senderos de anarquía o desorden.

Motivos hubo, hay y habrá para la protesta, pero es claro que  el llamado a paro nacional fue desproporcionado, inoportuno y muy cercano a la necedad, pues se trató de repetir una falsa receta que más que bien ha causado daños colaterales a la atribulada sociedad nacional.

Los destellos de esa frustrada convocatoria apenas se sintieron en  paralización del transporte de pasajeros, una molestia que los ciudadanos sufren  cada vez que a los dueños del país les da por fastidiar con “paros sorpresas” de ese vital servicio público, pero todas las demás actividades  transcurrieron con relativa normalidad.

La docencia en escuelas públicas también resultó afectada, pero lo mismo que en el transporte,  los profesores  se ausentan de las  aulas por cualquier quítame esta paja, como el caso de  docentes de la región Sur que  mantuvieron cerradas las escuelas durante semanas para que se cumplieras sus recamos.

Atrás quedaron los tiempos de  imponer por la fuerza una huelga general, que como se ha dicho, constituye instrumento de respuesta política y social al que sólo debe recurrirse en caso extremo, pero nunca  como si  fuera algún deporte olímpico.

Esos  grupos populares y sus mandantes deben  asumir este rotundo fracaso para reflexionar sobre lo pernicioso que resulta que  sus dirigentes  insistan  sustituir los papeles de la dirigencia sindical, gremios empresariales y profesionales, asociaciones agropecuarias y de otras instituciones de la sociedad civil, en cuyos nombres hablan y actúan sin calidad alguna.

El éxito de una convocatoria a paro nacional no puede depender de un par de bombazos, pedreas, tiroteos o intimidación porque una acción de tal envergadura debe contar con la aquiescencia de la población, liderazgo político y sector productivo. En ningún modo debe ser juego de muchachos.

Una huelga general solo debería  convocarse cuando estén dadas las condiciones objetivas y siempre con el respaldo de una fuerza política de primer orden que asuma en nombre de la sociedad las demandas económicas, sociales y políticas que se consideren insatisfechas,  función dirigente que no pueden ni deben ejercer grupos carentes de mínima incidencia en la población.

El Nacional

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