Nunca el artificio ni los recursos generosos han convertido a nadie en líder. El liderazgo es la autenticidad viviente, la transparencia, la clara visión de la actualidad y el avizoramiento temprano del porvenir.
Aquellos que se van a subordinar al carisma del guía superior detectan de inmediato, en el fragor de los acontecimientos, quién porta en sus manos la presea de los conductores. Conducir no es una tarea libre de sofisticaciones, trampas y traiciones: Es este el producto de una fuerza creativa, de una voluntad con efectos multiplicadores, afectivos, críticos.
El país ha tenido muy pocos en su devenir histórico.
Los caciquismos de escasa monta, los jefes que se autonombran en esa línea, los caudillos paradójicos y patéticos han querido llenar el vacío inútilmente.
Los hay que se han querido pasar de listos merced a un blindado y edulcorado tramado publicitario. Pero la publicidad nada puede hacer por aquellos que no irradian esas propiedades imprescindibles.
El líder, y esta es una cuestión innegociable, altamente diferenciadora y claramente específica, ama a su gente, la siente suya y vive sus pulsiones.
El dominio de la multitud y de los factores convergentes y divergentes, la capacidad negociadora, la ausencia de fanatismo ciego, la precisión sobre dónde y cuándo lanzar el grito de batalla, no se adquieren en la farmacia de la esquina. De ahí que haya un abismo perpetuo entre la condición de líder y la de jefe.
El liderazgo parece un hecho cumplido a cabalidad, un fenómeno construido por el orden natural.
(Debe elaborarse con carácter de urgencia un código de conducta y un capítulo de carácter constitucional que impida que los presidentes regalen, mediante negociaciones o conveniencias secretas o públicas, a terceros, el patrimonio nacional como si les perteneciera, como ha sido la práctica corriente).
La condición de jefe dirige la voluntad hacia metas inmediatas casi siempre.
La de líder es de amplio espectro y no se detiene en los abrevaderos de la distracción momentánea.
El líder no es aquella figura estatuaria que se remonta a una distancia inalcanzable, que juzga en un cielo prohibitivo a los simples mortales, elevado por sus incondicionales, aquellos que recogen como perros hambrientos la sinecura del poder.
El líder verdadero no se considera por encima del mal, no enmudece para ocultar complicidades, no rehuye el momento cumbre que le ha correspondido como desafío inmediato.
Ese es el jefe, el que resuelve los problemas eliminando a sus contrarios con el arma homicida, con la perversidad desacreditadora y la indiferencia en manos de sus esbirros vulgares armados de la bajeza y la pobreza de espíritu.
En el liderazgo hay sutileza, hay embriaguez de cielo, hay un aura de dignidad gloriosa.
Ungido de esa principalía decorosa, el líder se hace humano, entiende los procesos, decide sabiamente.
Lo demás es trapisonda, golpe bajo, utilización de la fuerza, incluso contra los débiles, vileza, traición, astucia de baja estofa.
Todo liderazgo se gana enemigos que bien le merecen.
El líder incluso se los procura a la altura de su canto profundo, de su éxito, que es más que personal porque lo comparte buenamente, de su sentir noble y generoso.
Ese tipo de seres no los pare un día, un momento a-histórico, un relámpago fugaz: los pare una centuria, una condición única, un torbellino particular, momento que parece infinito.
La realidad debería comportarse de otro modo y generar un chorro permanente de seres superiores.
Pero la evolución humana se comporta con otras modalidades y otros tonos menos sonoros.
Incluso en el reino animal no todos pueden ser identificados por la manada como el guía de momento imprescindible para llevar a buen término la jornada.
Ser líder es ser instrumento de una voluntad de conducción casi inequívoca, capaz de interpretar el lenguaje de millones de almas como si fuese la suya propia.
Es una entrega sin sumisión, una dinámica de intrincados mandatos que no excluyen la paciencia, la idea de justicia, el espíritu sensato sin llegar a parálisis, la efusión de una energía crítica y autocrítica, generadora de esperanza en que al final del túnel se puede por lo menos aspirar a la felicidad que no siempre se encuentra en las manos poderosas del conductor.
La razón es que hay un ingrediente llamado destino que no siempre actúa en favor de las mejores causas, no tiene preferencias exclusivas por nadie y castiga con la muerte y amenaza de caídas y hasta dobleces.
UN APUNTYE
Cualidades del líder
El líder no es aquella figura estatuaria que se remonta a una distancia inalcanzable, que juzga en un cielo prohibitivo a los simples mortales, elevado por sus incondicionales, aquellos que recogen como perros hambrientos la sinecura del poder.
El país ha tenido muy pocos en su devenir histórico.

