Recientemente fue puesto a circular, editado por el Archivo General de la Nacional, el libro “La décima oral, en el folklor lírico dominicano”, de Emelda Ramos.
Está basado en una investigación de campo y se corresponde con el compromiso ético de los intelectuales de contribuir al conocimiento de la realidad que los circunda, sobre todo de los aspectos dirigidos a fortalecer la identidad, hecho que permite que los integrantes de una nación aprecien de mejor manera sus valores y cultura.
La composición y recitación de décimas ha sido una veta identificadora que ha caracterizado al pueblo dominicano, mediante la cual, hombres y mujeres han expresado sentimientos amorosos, políticos, religiosos o simplemente humorísticos, con la intención de animar veladas bajo una enramada o al aire libre.
Las décimas orales han venido esfumándose como ya ocurrió con los cuentos orales que contábamos los niños del pasado.
Al menos en mi pueblo, una sesión de cuentos comenzaba cuando uno de los muchachos, autorizado para dirigir el encuentro, preguntaba: “Si del cielo cae una canasta de huevos, ¿cuántos tú coges?” Cada muchacho decía una cifra y esa era la cantidad de cuentos que tenía que relatar esa noche.
Los más ingenuos desbordaban su inocente ambición y después no sabían cómo salir del embrollo. Pero el final era feliz, pues siempre aparecía una voz que proclamara: “Se rompió la taza, cada uno para su casa”.
Emelda Ramos ha sumado a su formación académica su amor por la literatura y por las expresiones que perfilan al ser dominicano para lograr esta obra, que es precisamente fruto de un esfuerzo intelectual. A la compilación, ha agregado, como se estila en este tipo de trabajo, un valioso ensayo que la complementa y justifica.
¿Cómo hacían nuestros campesinos, generalmente iletrados, para componer décimas, siendo esta una estructura compleja, pues se trata de una estrofa de diez versos, específicamente de ocho sílabas y una forzosa rima consonante? Y para mayor complejidad, la décima, que es una estrofa, incluye otro tipo de estrofas: dos redondillas, de cuatro versos, y dos versos en el medio. Me parece un acto extraordinario el de memorizar y recitar décimas, para hombres rústicos, diestros en el uso del machete.
Lo que ha hecho Emelda es un trabajo minucioso, la compilación y transcripción de textos compuestos en lengua popular, con las distorsiones prosódicas que ello conlleva y su incidencia en la escritura.
El resultado deja demostrado una vez más que la investigación es un infalible juez de la verdad y es, además, madre del conocimiento nuevo.
Este libro de Emelda Ramos debe ser tomado en cuenta, no solo por lo que significa el rescate de las composiciones poéticas propias de nuestra idiosincrasia contenida en él, también hay que señalar los valiosos aportes para el estudio del habla dominicana, en los aspectos fónico y lexicográfico.
Pero aún más, y no menos importante que lo antes dicho, esta investigación resulta muy significativa desde el punto de vista de una ciencia muy discreta y poco dada al aguaje intelectual. Me refiero a la filología, la ciencia que estudia el lenguaje, la cultura y otras manifestaciones de un pueblo a través de sus textos escritos.
Este libro ha conllevado el esfuerzo de trasladar a la lengua escrita composiciones transmitidas oralmente que, obviamente, resultan válidas para el estudio filológico.
Hay que ponderar en lo que vale esta acción de antropología literaria realizada por Emelda Ramos que nos llega a las manos editada por el Archivo General de la Nación, como parte de su ingente labor para engrandecer la bibliografía con nuestra publicación de libros que contienen cuestiones fundamentales de la dominicanidad. Enhorabuena.

