A dos semanas de las votaciones presidenciales y congresuales no se aconseja a partidos o candidatos adentrarse en el tenebroso escenario de la guerra sucia; por el contrario, quienes se regodean en ese fangal deberían retornar a la decencia.
Preocupa que en redes sociales, medios digitales, televisión y radio se difunden fake news o noticias falsas o falseadas, infundios, expresiones afrentosas, difamatorias, Bullying personal, con el propósito de degradar la figura de adversarios ante el electorado.
La campaña electoral ha transcurrido en un ambiente de relativa cordura, aun con el legajo de denuncias o acusaciones que la oposición indilga al gobierno, cuyos representantes rechazan con vehemencia, pero hasta ahora no son muchos los postulantes o dirigentes que se han pasado de la raya.
Los “cuartos de guerra” que erigen los partidos para elaborar estrategias mediáticas que laceren al contrario, se han centrado hasta ahora en manejo conveniente de estadísticas sobre el comportamiento de la economía o de desarrollo humano, unos para engrandecerlos, otros para disminuirlos.
No está mal que un candidato se ufane en afirmar que la economía dominicana se matiza por crecimiento económico y control de inflación y que el otro desmienta o ponga en dudas las estadísticas que la sustentan, porque de choques de ese tipo resurge la luz de la verdad.
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Tampoco se cuestiona que algunos aspirantes pregonen que desde el gobierno han hecho maravillas; que otros afirmen que durante sus gestiones la nación estuvo mejor, ni que un tercero prometa que si alcanza el Poder romperá todas las marcas. Ese es y debe ser el matiz de una sana campaña electoral.
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Esta contienda cívica tiene de bueno que como nunca los candidatos presidenciales y congresuales han podido acceder a múltiples escenarios mediáticos para debatir sus propuestas o exponerlas libremente, por lo que se supone que la población debe estar suficientemente informada sobre el perfil de cada cual.
Es un error, gravísimo desliz, que equipos estratégicos de unos y otros partidos o postulantes desaten a última hora una cruenta guerra de campaña sucia, como la que ya se observa, porque al final todos resultaran moralmente dañados con sus reputaciones severamente diezmadas por tantas excretas derramadas, aunque el mayor daño lo sufrirá la democracia y con ella la estabilidad política, económica y, por supuesto, la gobernanza.