POR: José Antonio Torres
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Puede ser que lo más sencillo sea afirmar que la perversión es un concepto anticuado, propio de otros tiempos, y que ya no tiene sentido emplearlo actualmente salvo en un sentido coloquial poco significativo. Existen algunas propuestas en esta dirección entre intelectuales y filósofos. Sin embargo, una de las características de la perversión, casi una trivialidad, es que cuanto más se pretende enterrarla en el pasado más tiende a reaparecer entre los resquicios de nuestra sociedad, ya sea con ese término o con otro similar. De acuerdo a Sigmund Freud, los perversos siempre estarán cautivos de su enorme libertad, ya que prefieren imaginar qué construir con esfuerzos propios.
Sin embargo, la más socorrida es la opinión de algunos teóricos del comportamiento humano, que consideran la perversión como una anomalía del comportamiento que implica la desviación de una tendencia psicológica natural.
Jacques Lacan viene en su relectura de Freud a salvar este «impasse», al definir la perversión, no como una forma de conducta, sino como una estructura clínica.
La perversidad no es solamente una aberración en relación con criterios sociales, se trata de una anomalía contraria a las buenas costumbres, aunque este registro no esté ausente ni es algo atípico según criterios normales.
La perversión también puede ser un modo particular del sujeto de situarse en relación a la pulsión. En la perversión el sujeto se sitúa como objeto de la pulsión, que es la energía psíquica acumulada, como el medio para el goce del otro.
De su lado la Biblia se refiere a la perversidad en los proverbios al decir que: “Los perversos huyen aun cuando nadie los persigue, pero los justos son tan valientes como el león”.
Y más adelante agrega: “El que con perversidad en su corazón, continuamente trama el mal y para el que siembra discordia su desgracia vendrá de repente; al instante será quebrantado, y no habrá remedio”.