En la República Dominicana todavía tiene vigencia la tesis de que la naturaleza pública o privada de la propiedad de las plantas, subestaciones, redes y medidores eléctricos es determinante para lograr un sistema eléctrico eficiente y de mínimo costo.
La profunda crisis de la deuda de los años 80, así como la evolución tecnológica y de la teoría de la regulación de servicios públicos, motivaron que influyentes organismos multilaterales propusieran que la incurable quiebra del servicio eléctrico en países como el nuestro llegaría a su fin con la venta de la empresa estatal – la CDE – al sector privado.
La experiencia ha demostrado que refugiarse en la ideología – sea neoliberal o pro estatista – para abordar los problemas de un sistema eléctrico nacional ha sido un peligroso y costoso simplismo que, inexplicablemente, va y viene con renovado ímpetu en nuestro país.
Familia de ese simplismo es considerar que cuando la central de Punta Catalina inicie su producción en un par de años, la crisis eléctrica dominicana habrá llegado a su fin.
Entonces, cabria preguntar: ¿el problema era solo de generación y costos bajos de producción? ¿y las distribuidoras y su enorme reto de cobertura, eficiencia y expansión de redes y servicios? ¿y el sistema de precios y tarifas? ¿ y la garantía de continuidad de la inversión privada en generación para sustituir plantas obsoletas y darle respuesta a la creciente e imparable demanda? ¿y la regulación fuerte e independiente?. Entonces: ¿para que el Pacto Eléctrico?.
Resolver nuestro problema eléctrico es más que erigir dos plantas de carbón, si pensamos en reducir sostenidamente las pérdidas y déficits, lograr un servicio de mínimo costo (como insiste Daniel Bodden), alcanzar una cobertura eléctrica social y territorialmente elevada, así como la continuidad en el tiempo de las inversiones (públicas y privadas) con capitales generados por el propio sector, sin subsidios.
Son preguntas que debemos responder. Si tratáramos de responderlas con seriedad apreciaríamos la envergadura real de la crisis de nuestro sistema eléctrico. Punta Catalina no será un abracadabra, capaz de conjurar con su sola entrada todas las distorsiones, sobrecostos e ineficiencias acumulados.
Las fuentes de esas fallas son muchas, y para abordarlas habría que tener muy en cuenta las características tecno económicas que condicionan el sistema y que esbozaremos a continuación.
Economía e ingeniería
Al diseñar políticas en el sector eléctrico es preciso considerar aspectos simultáneos pero diferentes: de ingeniería y de economía. Por ejemplo, sabemos que en ocasiones maquinarias y accesorios de algunas industrias de zona franca han sido desmontadas y trasladadas a Asia o Centroamérica.
Esa acción es casi imposible repetirla con redes, postes, transformadores y medidores eléctricos enclavados en barrios del país en caso de quiebra de una empresa distribuidora.
Igualmente costosas y parcialmente irreversibles son las inversiones en plantas de generación.
A estas características se agrega que los préstamos de financiamiento son grandes y de largo plazo, con un rango de 15 a 30 años. Son periodos muy largos para naciones con sistemas institucionales que funcionan según los intereses del poder político. Esas realidades influyen también en las estrategias de los inversionistas privados.
Por otro lado, las grandes masas de clientes son cautivas, dependientes de su distribuidora y cuya demanda de electricidad es casi inflexible frente al incremento de precios; aparte el hecho de que el servicio eléctrico es domiciliario y electoralmente muy sensible.
Integración vertical
La principal característica tecnológica de la electricidad es que un flujo fruto de la existencia simultánea de dos procesos: generación (plantas) y consumo (poblaciones). La corriente eléctrica (el flujo) articula a esos dos procesos en cualquier instante (temporal) y en cualquier lugar (espacio).
En ese sentido, lo que caracteriza a ese sistema es la fuerte interdependencia temporal y espacial entre sus componentes. En otras palabras, el volumen de producción de electricidad depende del consumo o demanda instantánea (la electricidad no se almacena), que a su vez cambia a cada minuto durante el día, según los caprichos o necesidades de millones de consumidores independientes.
La vía a través de la cual la corriente eléctrica logra la articulación de la generación y el consumo es el subsistema de transmisión y distribución.
Fue ese conjunto de peculiaridades tecnológicas lo que legitimó, en la segunda mitad del siglo pasado, el desarrollo de un modo de organización industrial eléctrica estructurado por empresas integradas verticalmente y operando en régimen de monopolio. Las famosas corporaciones estatales o utilities americanas.
Esa inevitable interdependencia temporal y espacial, junto a la gran variedad y variabilidad de los factores hacen del mercado eléctrico uno en el que la determinación exacta de costos y precios arrastre consigo grandes incertidumbres, y sus complicadas transacciones entre agentes y con el publico faciliten engaños y opacidades en cada bocacalle.
¿Puede un mercado con esas complejidades manejarse con ligereza ideológica y clientelismo político? Se puede, pero a costo de sudor y lagrimas.