La tierra natal es la tierra de los sueños, de la pureza de los primeros días, de los sentimientos inolvidables, de la raíz inamovible.
Toda migración es impulsaba por la idea de que en otro lugar se estará mejor.
O, al menos, no se va a morir en la víspera.
Nadie se movería de las tierras donde vivieron sus antiguas generaciones si no tuviera una necesidad imperiosa de hacerlo.
Todo ser humano más o menos sano psíquicamente quiere reanudar su vida y que entierren su cuerpo en la tierra sagrada de sus ancestros.
Pero la necesidad no siempre tiene esas opiniones tan íntimamente valoradas.
Antes de la Primera Guerra Mundial cualquier persona podía, si se lo permitían otras circunstancias (que no fueran la obtención de un visado -la visa era un documento irrelevante y apenas exigible), andar por el mundo sin pasaporte.
No los había.
Ese documento tomó ese valor ominoso a partir del primer reparto de materias primas y de naciones enteras por las potencias que emergieron poderosas a partir del primer tercio del siglo XX.
Para los países cada vez más recelosos de sus fronteras, la Primera Guerra Mundial no ha terminado, sobre todo si se trata de lidiar con inmigrantes sin documentos y en condición desesperada por sobrevivir.
Sobrevivencia que se halla atada precisamente a los ajustes económicos y la extracción masiva de materia prima y otras manipulaciones económicas de alto perfil que parten de esas naciones.
Los defenestrados económicos tienen que ir a laborar precisamente a los mismos escenarios de donde parte el mal.
Mal que incluye la injusta distribución de los recursos, los reajustes demoledores y donde tienen sus cuarteles generales las corporaciones y los monumentales emporios que sostienen el actual estado de cosas.
Estados Unidos no puede felicitarse por ser uno de los pocos países del mundo para los cuales migrar es un delito con agravantes.
Es -paradójicamente- el país que registra las más consistentes olas migratorias, aquellas modernas que espantan, con agravantes a su derecha extrema que opera con sentido religioso y todo.
Hasta hay candidatos antiinmigración parapetados en la religión mormona fundada por un hombre que se jactaba del posteriormente delito de la bigamia y de ser un profeta.
El delito migratorio es una imagen jurídica que se presta a los peores procesos inhumanos.
En esencia, migrar no es delictivo, pero hacerlo masivamente asusta a los más conservadores siempre dispuestos a echar la pelea contra cualquier otro ser humano que no se halle en sus condiciones de poder político o económico, que ambos siempre andan de la mano.
La culpa no es del hambre sino de las fronteras.
Por eso siempre se halla precisamente, para invocarlo como un dios que atrapa el rayo y lo lanza contra la gente, en manos de los peores,
Ahora se invocan cuestiones de seguridad nacional, que no son desatendibles en las áreas más conflictivas del planeta, y se invocan absurdos con los que no se contaba antes.
Y mientras, la solidaridad que se invoca hacia Haití debe ser universalizada y humanizada.
¿Acaso no sufren las personas que han visto cómo son asesinados sus parientes por personas que vienen de la nación hermana a cometer crímenes alevosos con fines de hurto y huida?
¿Han recibido una llamada solidaria de cualquiera de las decenas de ONG que operan como negocio rentable a favor de Haití cuando ha ocurrido uno de estos asesinatos que consternan a comunidades enteras, la última de ellas San José de las Matas donde murió por esa causa un querido dirigente comunal?
No la han recibido.
Les hubiera gustado haber sido objeto de esa simple cortesía.
En cambio, lo que hay es una apasionada defensa de los hermanos haitianos, que puede ser justa y lo es, pero que necesita extenderse a los dominicanos victimados, los que viven en la miseria, los que sufren las políticas neoliberales.
La idea es que se arribe a un equilibrio, que se humanice y se universalice una práctica que se ha cargado hacia un lado, el más conveniente, el más productivo porque de él derivan los recursos y las relaciones internacionales sin verse la manipulación de las potencias que procuran desentenderse de un problema que también a ellas compete.
Un apunte
Pasaportes
Antes de la primera guerra mundial no existía el pasaporte, documento hoy universal, hijo de ese conflicto.

