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Libre pensar

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Oscar López Reyes

Lenguaje sexista, caos (III)

El caos del exagerado lenguaje sexista rueda con repetición recargada. Ilustremos con un solo ejemplo:
“Señoras y señores: Gracias por asistir a esta importante reunión. Todos y todas fueron convocados y convocadas para analizar qué podemos hacer en beneficio de los y las moradores y moradoras de esta comunidad que hoy forman parte de la gran masa de damnificados y damnificadas, víctimas de las recientes inundaciones.

En condiciones bastante infrahumanas, esos y esas damnificados y damnificadas yacen alojados y alojadas en diferentes lugares o refugios en espera de la ayuda humanitaria que podamos ofrecerles todos y todas los y las que nos consideramos ser verdaderos y verdaderas cristianos y cristianas o totalmente identificados e identificadas con el dolor ajeno”.

¿Qué le parece al presidente de la República leyendo la anterior pieza oratoria?
¿Han visto ustedes semejante fragmento en un libro publicado por una reconocida editora, un diario prestigioso o una revista científica?.

El discurso precedente boya en la redundancia estilística, contrario a la economía lingüística, la sencillez y la claridad; en la incoherencia y se torna asaz aburrido en la complejidad sintáctica/semántica.

El idioma español está cargado de tanta riqueza y amplitud que permite la feminización del lenguaje o la inclusión, admitida por la Real Academia de la Lengua. Además de los epicenos, “en los nombres de profesiones, cargos o títulos terminados en consonante, se recomienda tratarlos como comunes en cuanto al género: el juez-la juez, el fiscal-la fiscal, el concejal-la concejal, el edil-la edil, el bedel-la bedel, aunque en algunos casos, como el de juez, el Diccionario de la Real Academia ya recoge jueza”.

Obviando el antisexismo lingüístico, y para diferenciar el catalizador erótico (hombre/mujer) y el género (masculino/femenino), el “Libro de estilo” del diario español El País y otros textos sugieren variar “igualdad de género”, por “política de igualdad”, y “violencia de género”, por “violencia machista”, “violencia sexista” o “violencia contra las mujeres”.

Aislando los criterios extralingüísticos y admitiendo que son escasos los seres humanos que se oponen a la paridad de derechos entre hombres y mujeres, y que el lenguaje no parió ese fenómeno, tenemos que reconocer que las nuevas expresiones idiomáticas atentan contra la tradición lingüística y cultural, así como contra la compactación, la virginidad, la pertenencia y el buen uso de la lengua castellana.

Y, como preventiva a las “lacras del lenguaje”, maestros, filólogos y especialistas en sociolingüística y psicolingüística observan: 1) que dificultarán aún más la incomprensión de la deficitaria lecto-escritura en niños y adolescentes, y 2) que los cambios se asientan durante cientos o miles de años, y que la imposición con una rapidez promueve la teoría del caos y empuja hacia la pendiente catastrofista.