¿Qué Pasa?

Manuel Jiménez, el hombre de “Derroche” sigue siendo un campesino

Manuel Jiménez, el hombre de “Derroche” sigue siendo  un campesino

Manuel Jiménez, cantautor de la más fina estampa, ha construido su paraíso en Rincón, Los Hatos, y no hay que ser Adán o Eva para comprobarlo.

Allí, en Cotuí, disfruta de una gran extensión de verde y de tierra, y para coronar con broche de oro: cero colmadones o motoconchos, esos aportes sustanciales para la industria del infierno. Para llegar hay que dar mucha rueda, reina el silencio y el canto de los pájaros tiene una soberbia preponderancia.

“Ahí estaba la casa de mis padres”, señala el compositor de Derroche para que veamos la construcción que ha elevado. La casa de madera no desentona para nada con la naturaleza que la rodea. Arriba hay varias habitaciones, algunos cuadros, destacan una obra donde aparece un adusto Juan Bosch y algunas placas de reconocimiento. La sala es amplia y es evidente que hay camas de más para que el visitante pernocte.

En el suelo, mangos tirados, en el cordel, la carne de un cerdo recién sacrificado, denotan que el hambre allí se combate con eficacia. Hace mucho calor, y Manuel Jiménez, a quien el mundo recibió en el 1952, suda la gota gorda, al igual que sus acompañantes, sin quejarse, solo de vez en cuando deshaciéndose de la boina.

Que está en sus aguas es evidente. El cantautor y quien sin aspavientos es político preocupado por el ser humano de su país, se desplaza sin aparatosidad.

Es delgado, de una sencillez que calidez transmite, y que uno jamás imagina que fue diputado. Su boina verde y su frente saben que es una calurosa mañana, por lo que se la quita de vez en cuando para soltar ideas, frases, y para que la frescura lo arrope.
“En la época en que crecí no habían muchos radios. La gente venía de noche a mi casa, era de los pocos sitios donde había este aparato”, dice la persona que momentos antes había agarrado una “culebra de jardín” que hacía zizgag en el cemento. La acarició y la soltó antes de clasificarla.

Jiménez, quien recuerda que sólo se escuchaba bachata, afirma con humor cómo fue el único que se le escapó a trabajar en el conuco. Y es que era de poca fortaleza y carne, por lo que como a un poeta, sus padres se vieron obligados a mandarlo a la escuela. Por ser enclenque, debilucho o por otra razón física, se libra de ir a la guerra, de los trabajos pesados y bajo el sol que se hacen en el campo.

“Triunfo” y guitarra

El día que conoció y tocó la guitarra lo tiene marcado en el calendario como el día en que se besa por primera vez a la amada. Era domingo, y quienes habían ido a dar una serenata a su hermana habían dejado aquel maravilloso instrumento en su casa. Ese fue el embrión, el momento en que el cantante y compositor empezaron a gestarse.

No había mucho concurso para que se acercara a la guitarra, por lo que aprovechaba cuando su padre se iba al conuco, y no había nadie en la casa para comenzar a desenterrar sonidos de aquel instrumento. Un barbero llamado “Triunfo”, quien era músico, irónicamente le ayudó a que no fuese por la abulia derrotado.

Hay un recuerdo fundamental y ocurrió un domingo en la mañana. “Triunfo”, luego de terminar de recortar a alguien se puso a tocar Cariñito de mi vida, de Luis Segura, mientras un niño llamado Manuel estaba encaramado en un palo escuchando. “Era para que no me mandaran a bajar de allí”, dice.

A partir de ahí, ya en la escuela, empezó a cantar a los 9 años, encontrando allí sus primeros fans, y su más certero escenario. Su universo espiritual donde creció le permitió desarrollar un sentido para la música y la creación de letras inolvidables.
Cambio de perspectiva

Eso cambió el mundo y la perspectiva de Manuel. De ahí en adelante comenzó el romance con ella, a conocer el corazón de las cuerdas. Vino el cantar en la escuela, su primer triunfo en un festival en Cotuí, y luego en un festival de la voz en Santo Domingo, donde quedó en último lugar.

En la casa aprendió una cosa fundamental: el valor de honestidad, pero también la importancia de la serenata como don de conquista. Su infancia lo marcó de tal manera que no tiene empachos en afirmar: “yo sigo siendo un campesino, la ciudad en mí no ha hecho nada”. Y no hay que analizar mucho para darse cuenta: recibe con bonhomía al visitante le ofrece la cama para quedarse, la comida fresca producto del animal sacrificado recientemente y que cuelga infamando o desafiando el ambiente.

Es campesino de los pies a la cabeza, durante varias veces lo afirma, con quien se parapeta a un mantra. Y es ese campesino el que ha compuesto canciones que han resultado en éxitos espectaculares.

Su llegada a la capital, y a la UASD en el año 1977, resultó para él fundamental. Ponerse en contacto con lo que allí se estaba haciendo fue un despertar, pues los grupos tenían una preparación y formación más sólidas. Empezó así la aspiración y la gestión para pulirse.

Los pájaros y el canto
Manuel cierra los ojos y empieza a enumerar el canto de los pájaros, a identificar el ejemplar que emite su canto. “Ese es un ruiseñor, ese es un colibrí”, dura un espacio de dos minutos con los ojos cerrados.

Pero a pesar del éxito, a pesar de que la política lo domina de los pies a la cabeza, a este prolífico compositor, la tierra lo reclama siempre, y más ciudadano de urbes donde se tararean sus canciones, lo seduce el campo donde el silencio se eleva. Es por eso que con naturalidad llama a Chepín, su caballo, alimenta los peces, camina y recoge mangos del suelo que luego se come… “Tengo sembrado mangos de distintos géneros en esta finca”, revela.
El canario

Manuel Jiménez es un compositor que se ha adelantado a los tiempos. Con un pie delante siempre ha ganado su trascendencia. En los años 90 cuando ni por asomos se pensaba en el “Mee too” o en el ardor que hoy crea la política y la igualdad de género, compuso Macho Pérez. Este es un tema emblemático en ese sentido. Y se lo llevó junto a otras dos canciones al salsero José Alberto “El Canario”. “Él ni caso le hizo a Macho Pérez. No le gustó. Seleccionó un tema muy malo para grabarlo, del cual nadie se acuerda”.

Así fue que el salsero desechó el tema de su vida, un tema que hubiese representado un antes o un después en su carrera artística.

Primera canción

Su primer parto como compositor fue un fracaso: Amémonos, y no presagió la grandeza que luego vendría. Con esa canción participó en el primer festival nacional de canción estudiantil (1969-1970), y que quedó en un lugar que nunca olvidaría: el número 27. No quedó en uno más lejos, porque este era el último.

En esa época la decían “Suavecito”, un mote por el cual no se enojaba. Pero eso no lo desanimó, mas bien lo ayudó porque no le permitió que la vanidad empezara a ahogarlo. Si algo sirvió aquel viaje a la capital para participar en el festival, fue para ponerlo en el mapa artístico, y para que él siguiera cantando en la escuela, y en esencia para que años más tarde el señor Arcadio le dijera a su papá Felipe: “manda a ese muchacho pal pueblo para conseguir algo bueno de él”.

Cuando retorna del festival (entre 15 y 16 años) empieza un periplo que lo harían madurar como artista. Conoció la bebida y el placer dar serenatas, así como de entrar a formar parte de grupo, llamado “Los mensajeros de la verdad”. Fue la época de su militancia en el MPD, de cuando empezó a hacer contacto con la militancia de izquierda.

Es en el 1985 cuando da su primer concierto y empieza el amor por el escenario. Pero es el año 1990 cuando es elegido Cantante del año y de ahí la cascada de triunfos. 1991, Macho Pérez: 1992 es Autor del año y desde ahí se vuelve una fábrica de canciones. Le interpretan sus temas Maridalia, Wilfrido Vargas, Guadalupe Pineda, Ana Belén.

A partir de Macho Pérez (1990) se consolida el seguimiento de la línea social de Manuel Jiménez. Es un tema que él ahora califica como de un visionario, pues en esa época la lucha de género y el “Me too” eran impensables y no ocupan agendas en los medios.

Adoctrinamiento político, se lo dio el MPD, y también como a todo buen izquierdista, el padre Benito Ángeles. Pero el adoctrinamiento espiritual le viene del campo. Sin embargo, recuerda que su destape como artista se dio en la UASD, lugar al que llegó con el propósito de convertirse en médico.

Aquel ambiente lo envolvió: empezó a escuchar ritmos distintos, canciones de todas partes, artistas de una considerable calidad artística. “Definitivamente me marcó la llegada a la UASD. Comencé por primera vez a artista tocando la guitarra, el coro de la UASD me impresionó”, asegura.

De ese tiempo, recuerda como paso fundamental fue su inscripción en la Academia Dominicana de Música, en el año 1976, lo que le permitió acercarse y tomar con rigor ya la música.
Su conexión con Santo Domingo Este, lo cual llega hasta este momento, se inició en aquel entonces, cuando conoce a César

Namnum, etapa que le permite mejorar sus conocimientos de la guitarra, pero también, algo vital: convertirse en Lominero (vivir en el sector de Los Mina). Manuel Jiménez lo ha ganado casi todo: Merengue del año (con Agua de sal), compuso una salsa que ha sido un clásico (Macho Pérez), y una balada que es a la sensualidad un himno (Derroche) y un rap (Sabor a mí), y además de haber sido cantante y compositor del año, y casi gana la alcaldía de SDE.

Pero todo se le borra cuando de espaldas a la casa materna, alza la voz y llama a su caballo Chepín varias veces mientras tiene en sus manos tan habituadas a la guitarra, unos mangos de distintas variedades.

Y de espaldas a la materna, escucha a los pájaros y el viento, maestros que le enseñaron, y uno no logra adivinar si es para acompañarlos o para arrebatarles una mágica melodía.

Derroche
Habla, cuenta su historia. Que Derroche hasta en cantonés ha sido grabada lo llena de satisfacción, y afirma que para esa canción vendrá un libro: “La historia de Derroche y otras quinientas”.
Tiene éxito en tres géneros distintos. Para muestra, estos botones: Macho Pérez (salsa), Agua de sal (merengue), Derroche (balada).
Cuando explica su tesis con relación a cómo se compone una canción uno sospecha que pertenece a una raza fina de compositores. “El motivo es lo principal en una canción, y si eso se modifica se pone en riesgo el éxito”. Pone como ejemplos la canción Macho Pérez, de finales de 1990 y Derroche, interpretada por Ana Belén y Julio Iglesias.
“La versión que más me gusta de Derroche es la Ana de Belén”, lo dice con cierta exquisitez para que no vaya a of

El Nacional

La Voz de Todos