Lo expuesto por el pastor Ezequiel Molina sobre que “detrás de cada mujer exitosa, en las empresas y los negocios, probablemente hay un hogar descuidado”, sin hacer mención para nada de las madres humildes de nuestros barrios; nos revela misoginia y desprecio.
En otras palabras, entendemos que, Molina, no solo discrimina a esforzadas mujeres de empresas y negocios con cierto estatus social y económico; tampoco reconoce la labor de nuestras sufridas progenitoras, sobre todo de hogares monoparentales, forjadoras de familias decentes y trabajadoras.
Es decir, que así como obvia el sacrificio de féminas preparadas, en lo académico y para los negocios, del mismo modo, ignora a abnegadas y paradigmáticas mujeres de sectores desposeídos, entre ellas, muchas, cabezas de maltrechos hogares.
El protagonista de la Batalla de la Fe, pareciera desconocer los avances de nuestra contemporaneidad, y, sobre todo soslayar el sacrificio de simples domésticas y amas de casa que, con estoicismo, han contribuido con proles que son entes meritorios de nuestra sociedad.
Obvió el papel de estas sufridas mujeres incautas, que siguen aferradas a la palabra mágica de su religión: la fe, que es creer en la existencia de lo no tangible o demostrable, aunque miles de estas todavía asisten los primeros de enero, a su encuentro evangélico realizado en el Estadio Olímpico, Félix Sánchez.
Y esto acontece, aunque para el pastor evangelista parezca entender que el éxito, no se corresponde con el empeño de humildes heroínas que, día a día, contra viento y marea, luchan por educar a sus hijos. Para él edificar una familia de trayectoria de decencia y méritos, no es exitoso.