En verano del 2004, luego de varios meses frecuentando la casa de los Heraldos del Evangelio en Santo Domingo, un grupo de jóvenes dominicanos fuimos seleccionados para viajar a São Paulo, Brasil, y allí conocer la Casa Madre de dicha orden religiosa, y evidentemente, a su fundador: João Scognamiglio Clá Dias.
Nuestro primer contacto con él fue impresionante. Al ver que había un grupo de jóvenes de República Dominicana que iba a pasar un tiempo allá, no escondió su alegría, y nos dispensó un trato especial, imposible de olvidar. Sus orientaciones en las reuniones diarias, sobre tópicos de actualidad, espirituales y temas internos de la orden, elevaban el horizonte y el espíritu de los presentes.
En el 2005, los Heraldos dieron un paso trascendental que definió el rumbo de la organización hasta el día de hoy: la formación de un capítulo sacerdotal.
Entre los primeros sacerdotes que fueron ordenados estaba el Sr. João Clá. Pocos años después, en el 2007, los frutos del camino eclesiástico se fueron viendo con celeridad: el Padre João fue reconocido por Benedicto XVI como canónigo honorario de la Basílica Papal de Santa María la Mayor, en Roma, y Protonotario Apostólico, con el título de Monseñor. Y como si fuera poco, se inició la construcción de la majestuosa Basílica Nuestra Señora del Rosario, ubicada en el Thabor, sede de una las principales casas de formación del grupo.
Tuve la gran honra, con apenas 16 años, de presenciar dichos acontecimientos.
Entre enero del 2007 y enero del 2010, viví en São Paulo, mientras estudiaba en el Colegio Arautos do Evangelho Internacional y luego en la Facultad Arautos do Evangelho, donde durante un año hice estudios de Filosofía Civil. En ese interín, compartí innúmeras veces con Monseñor João. Mi pensamiento fue moldeado por las lecciones de este gran hombre. Aplicar a nuestro día a día los conceptos temporales de orden, disciplina, respeto a la jerarquía y las tradiciones, entre otros, fueron impregnados en sus enseñanzas.
Su sabiduría espiritual, que al final, era su gran vocación en esta tierra – complementada por todo lo demás – nos iluminaba diariamente. Tanto en sus homilías, como en reuniones o en sus “palavrinhas”, como les llamaban a sus encuentros informales, no dejaba de sellar la importancia de siempre tener el alma elevada, de tener sus cuentas al día con Dios, y de poner en un primer plano lo material sobre lo espiritual.
Son muchas las anécdotas que pudiera hacer de Mons. João. Para estos hombres no hay despedida; simplemente son “in aeternum” (para toda la eternidad).
Por: Orlando Jorge Villegas
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