Ahora que el concepto de patria se diluye a pasos agigantados. Precisamente ahora que Don dinero corrompe la cimiente de nuestra sociedad dominicana, es propicia la ocasión para rescatar del olvido a nuestras próceres y patriotas. Ha sido una constante que muchos historiadores excluyan a los de abajo, como diría Mariano Azuela. Excepto el historiador y maestro, Euclides Gutierrez Félix, pocos historiadores recuerdan a Tomasina de la Cruz, mujer humilde que murió de un infarto al grito de »Isla mía, patria mía»al conocer el tratado de Basilea, donde España nos cedía a Francia para solucionar su propia crisis.
A pesar del deterioro moral de nuestra sociedad, el símbolo de sacrificio de doña Manuela Díez, madre del fundador de la República, debe permanecer en la conciencia nacional. Me resisto a creer que pueda borrarse la muestra de amor a la patria de María Trinidad Sánchez, Socorro Sánchez, Juana Trinidad »Saltitopa», llamada la Coronela y Concepción Bona. Todas ellas envuelven el concepto Patria en su más elevado sentido de decoro.
He manifestado, que con Jean Francois Lyotard y la muerte de los grandes relatos, también muere el amor a los símbolos patrios, pero nos alienta, que la misma sociedad moderna que demolió a Emmanuel Kant, tuvo que retornar a su » Crítica de la Razón Pura». Es evidente que estamos compelidos a volver a Duarte, Ulises Espaillat, Francisco Henriquez y Carvajal, »Manolo» Tavárez Justo, las hermanas Mirabal, Peña Gómez y Juan Bosch, para que sus legados incentiven la valoración a María Bartasara de los Reyes, Doña Josefa Pérez de la Paz, »Doña Chepita», en cuya casa se sembró la semilla que germinó en libertad.
Este país tiene una deuda eterna con Rosa Duarte, hermana del patricio, quien con sus apuntes vivifica el amor a la patria, con Doña Micaela Febles de Rivera, esposa de Pedro Santana y su hija Froilana Febles, esposa de Ramón Santana, quienes deben ser exaltadas en su condición de patriotas por sus aportes para el sostén de nuestra soberanía.
Es ardua tarea mencionar a todas nuestras insignes patriotas, pero algún día, se hará un alto en camino para reconocer a Doña Rosa Montás de Duvergé, no solamente por ser la esposa del prócer Antonio Duvergé, sino, por sus propios méritos en el campo de batalla ayudando a sus compatriotas y sobre todo, por la dignidad que exhibió durante toda su vida, aun viviendo en la miseria.